lunes, 29 de marzo de 2010

Consígueme La náusea, Matilde

Ilustración: Pablo Gallo; Libro de voyeur (2007):


   PEDRO TENÍA UNA forma extraña de leer. No era cariñoso con los libros. Los mordía y comía a medida que avanzaba en la lectura. Hoja por hoja, los devoraba. Personas que lo conocían bien, pensaban que estaba loco. Su madre, sin embargo, lo sabía cuerdo. Dentro de su cuarto, abría tarde por tarde la ventana que daba al parque y se chupaba los resplandores de un sol gastado, huidizo, casi moribundo, que se metía en su cuarto sin pedir permiso, hiriendo las cortinas ya desteñidas. La casa de Pedro, situada en la parte norte de la ciudad, veía el parque por el frente y la cárcel pública por la espalda. A los treinta años no se le podía exigir más seriedad a un hombre.

   Leyendo a Borges, por ejemplo, Pedro reaccionaba un apetito por las células muertas vegetales y buscaba sal y vinagre para aderezarlo. Cuentos como “El milagro secreto” y “El Aleph”, le sabían a pepinillos con remolacha. Todo lo contrario, “La busca de Averroes” y “El Asir” (a W.Z.), le despertaban sensaciones inorgánicas, como estructuradas contra las corrientes comestibles del ser humano. A Levi, incansable buscador del estilo, Pedro se lo comía con mantequilla vegetal. Siempre se ayudaba con dos Alka Seltzer al engullir a Sartre y la digestión se le mortificaba con Joyce. Este asunto de los libros hizo internar  dos veces en un sanatorio a Pedro y le trajo muchos problemas en sus relaciones con Matilde, la muchacha de pelo rojo y pecas sobre la nariz.

   —Bernanos, Moravia, Dostoyevski, Ibsen, Shakespeare, Cortázar, Bosch, Andersen, Fuentes, Pinter, Kafka, Mauriac, Osborne, Sartre, Marechal, Carpentier, Rulfo, Sagan, Sastre  —decía Matilde.

   —Ajíes sabrosos con escabeche azafranado sobre las gaseosas que se anuncian a colores y los tomates frescos de la tarde —respondía Pedro.   

   Ese diálogo, casi incomprensible, tenía un resultado sorprendente. Se estilaba los domingos, cuando paseaban por el malecón, o los martes, cuando se hacían el amor debajo de la cama.

   —Joyce con aguacate.

   —Marcel al perejil.

   —Un Camus al Jerez.

   —Cigarros habanos con leones englobados a lo Malraux.

   —Tutino tuta.

   —Gide sencillo medio crudo.

   —Bila, biliar.

   —Zanahoria al “conejo ágil” envueltas, también, en tortilla a lo Unamuno.

   Doña Zequeta, la madre de Pedro, lo aconsejaba de tarde en tarde, siempre con lágrimas corriéndole por las huellas profundas de los años.

   —¿Por qué no cambias, hijito? —le rogaba.

   Pero siempre obtenía una respuesta seca, tajante:

   —Onetti y Rulfo a la vinagreta —y entonces sus buches, llenos, presionaban pedacitos de papel sobre el rostro de la anciana.

   Según el doctor Alejandro Casagrande, la enfermedad de Pedro se había originado en su infancia, cuando en las mañanas de verano y vacaciones, se entretenía jugueteando en la buhardilla. Los viejos libros del abuelo desfilaban por sus manos. Allí se encontraban, estaban presentes, Byron y Cervantes, Corneille y Racine, Lope y  Moliere. Ese loco de Cervantes, según las malas lenguas, fue el principal culpable, algo que corroboró el doctor Casagrande. No obstante, Pedro no se creía El Quijote. Ni lo recordaba siquiera. Para él, los molinos de viento eran inexistentes, increíbles aparatos de la fantasía que sólo aparecían en los cuentos de hadas. Al crecer, Pedro fue almacenando ideas extrañas en su mente. Cierto día de otoño, fue encontrado en estado inconsciente dentro de la bañera. Todo parecía un suicidio, pero el médico de la familia consideró que la naftalina hallada en sus vómitos y que se había acumulado en los libros fue la causante de la grave intoxicación sufrida por Pedro. Aquello no pasó de allí porque la familia de Pedro era importante y su padre moribundo no podía ser enterado del suceso.

   Otra de las ideas extrañas de Pedro, era ir a los cines e introducir sus dedos índices en las fosas nasales de las muchachas.

   —¡Me gusta! ¿Me gusta! —decía Pedro, chupándose luego el dedo.

   En aquel tiempo fue internado en un hospital psiquiátrico cercano a la capital y luego enviado a España para recibir un tratamiento especial.

   —Locura completa.

   —Está de remate.

   —Psicosis.

   —Bla, bla, bla.

   Todos opinaban del estado mental de Pedro y nadie acertaba en nada. A veces, Pedro tenía momentos brillantes y se expresaba, más o menos, así:

   —Escucha, Matilde; escucha, Rosenda; escúchame, Cucusa. Este mundo terrible está, ahora mismo, dispuesto a estallar y la guerra que todos conocen está al doblar de la esquina. ¿Y la caña? Las mordeduras de las serpientes venenosas del Brasil pueden ser quebradas cuando los curas sermoneen más a menudo en el Matto Grosso.

   Y, otras veces, decía esto:

   —Ji, ji, ji... la luna.

   La primera vez que fue sorprendido comiendo hojas de papel —de un libro oscuro de Thomas Mann—, Pedro sonrió. Al día siguiente las primeras quinientas páginas de la Biblia, habían sido engullidas. Fueron días litúrgicos, terriblemente metafísicos, locos, bohemios, estrepitosos, matildianos, jaquecosos, montañosos, guerrilleros, los días del festín de la Biblia. El Pentateuco gimió y chirrió bajo los dientes afilados de Pedro, que reía al llegar a los Salmos. David y Goliat. El Eclesiastés. “Vanidad de vanidades”.

   Cuando se comió todos los libros de su casa (la biblioteca de la buhardilla, cargada de naftalina; los libros escolares de sus hermanos; el libro de misa de la tía solterona; el forro de las paredes con citas de Shaw), a Pedro le dio por introducirse en las librerías y comenzar a desprender hojas, sacándolas solapadamente entre los bolsillos. Cuando fue descubierto, dijo a los policías que las necesitaba para limpiarse el culo después de cagar, y se lo creyeron. Pero fue arrestado y conducido al manicomio poco tiempo después, cuando la biblioteca fabulosa del señor ministro de educación, Sergio Butamanga, fue asaltada y destruidas cincuenta hojas del primer tomo de un ejemplar bicentenario del Quijote, forrado en cuero de Pérgamo genuino. La familia de Pedro evitó el escándalo pagando al jefe de la policía, coronel Julio de las Armas a Tomar, una cantidad no conocida aún de dinero (el cual fue debidamente depositado en un banco suizo).

   Pedro, según dicen algunos allegados a la familia, conserva un papel (algo risible) en donde están anotados todos los libros devorados por él. Las mismas personas cuentan que el único libro que Pedro respeta se llama “La Náusea” y que se lo comerá algún día. En la lista, figuran nombres tan ilustres como el de sir Winston Churchill, Lawrence, Maurois, Pío Baroja, Federico García Lorca, Arthur Miller, Rómulo Gallegos, Gabriela Mistral, Eugene O’Neill, Sinclair Lewis, Miguel Ángel Asturias, Rafael Alberti, John Steinbeck, etc., etc. La lista tiene los nombres en riguroso orden alfabético y por una extrañísima selección energética: los franceses son quesos y cremas blancas; los italianos (¡ay!, el pobre D’Annunzio) pastas pesadas; los rusos (Tolstoi también) huevos de esturión; los americanos panes largos con salchichas; los españoles (sí, incluyendo a Calderón) mariscos picantes; los mexicanos aderezos; los ingleses salsas insulsas (exceptuando a Shakespeare, al que puso un asterisco que llevaba a una aclaración al pie de la página: lomo de cordero asado y perdiz en sus poemas); los sudamericanos entremeses picarescos; los japoneses y orientales platos raros; y los vinos, aquellos griegos que comenzaron con Homero y llegado a Kazantzakis.

   De no ser cierto, la gente nunca habría creído que una muchacha como Matilde, sobria, elocuente a conveniencia, sofisticada y certera en sus relaciones sociales, cayera en las garras amorosas de Pedro. Ahora bien, Pedro no era feo: nariz recta, boca recta, pecho recto, piernas rectas, ojos rectos, orejas rectas. Todo recto, Recto todo. Recto todo. Recto. Se habían conocido en un cine donde Pedro se dedicaba a oler el pelo a las muchachas y, desde entonces, han mantenido conocimientos sexuales. El coito, al que ellos llaman “consumación de humores reproductivos” y cuya culminación es una preocupación por absorber las comidas papíricas con sabor a tinta de imprenta de los periódicos en que apoyan sus cuerpos, siempre lo realizan bajo una cama, como signo de que la ofensa no reside en el coito en sí, sino en la profanación del objeto que simboliza el reposo: la propia cama. Después de todo, Matilde era cuerda y sus amplitudes mentales la habían llevado a vivir dos años en un sanatorio y a dedicarse, durante otros cinco, a caminar descalza dentro de las iglesias. Volvió al sanatorio cierto día en que, durante una procesión de Viernes Santo, confundió el cuerpo de Cristo con el de un amigo y armó un berrinche bestial. El cura que dirigía el Santo Entierro fue llevado urgentemente a una clínica a causa de un infarto fulminante y varios monaguillos arremetieron a trompadas a Matilde, que ya subía por encima de los hombros de los creyentes a besar la efigie de Jesús muerto. Los periódicos se hicieron eco del acto sacrílego y Matilde fue sentenciada por la sociedad a pudrirse en un manicomio, permaneciendo en un hospicio estatal hasta que el embajador de la Santa Sede, Monseñor Agripini de Sanctis, por intermediación de parientes, escribió al presidente de la Suprema Corte de Justicia y se le otorgó el perdón. Pero Matilde, pasando por alto estas cosas, era sobria, elocuente, sofisticada. Por eso la gente no comprendía cómo ella quería tanto a Pedro. Porque, a decir verdad, lo amaba con locura. Y lo había demostrado varias veces. Una de ellas fue cuando a Pedro lo buscaba la policía por el robo de mil libras de libros usados. Matilde fue la primera en llevarlo a la comisaría y probar que, al acontecer el robo, ellos estaban bajo la cama de la tía solterona haciendo dos veces el amor. Otra, fue una mañana de sol en que Pedro trepó a la torre del Ayuntamiento y amenazó con lanzarse si no se le buscaba la proclama de la independencia para comérsela con chuletas Rimbaud, las cuales llevaba bajo el brazo. Fue Matilde la que subió a la torre por una escalera mecánica, de esas usadas por los bomberos para combatir incendios, convenciendo a Pedro de que la proclama de la independencia estaba rancia. Esa mañana, fue entregado a Pedro un total de cien libras de cartones de Walt Disney y una colección de novelas para adultos, entre las cuales se encontraba “Las relaciones peligrosas” de Laclos. Era cierto: Matilde amaba con locura a Pedro.

   Fue noticia trascendente en la ciudad el día en que ni Matilde ni Pedro volvieron a ser vistos. Miles de conjeturas se escuchaban por las calles:

   —Se suicidaron.

   —Se esfumaron.

   —Están en el manicomio.

   —Se casaron.

   —Se comieron uno al otro.

   —Están en el cielo.

   —Están en el infierno.

   —Dante Alighieri.

   —Julio Verne.

   —Ovidio.

   —Balzac.

   —Baudelaire.

   —Shelley.

   —Se los comió un buey.

   —Se los llevó Cervantes en un molino alado.

   —Murieron bajo la cama.

   —Aleluya.

   —Otra vez aleluya.

   —Ja, ja, ja... ¡Deben estarse riendo de todo el mundo.

   Sin embargo, los que sabían de verdad la historia de la desaparición de Matilde y Pedro, cuentan lo siguiente:

   —Cierto día, lluvioso, frío, quieto, Pedro y Matilde subieron a la buhardilla y comenzaron a desprender las hojas de un libro voluminoso forrado en caoba y cuyo título decía, más o menos, así: “Aventuras del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, escrito hacía más de trescientos años por alguien llamado Miguel de Cervantes Saavedra. Al libro ya le faltaban alrededor de cien páginas y una vez que terminaron de arrancar las hojas, empezaron a comérselas con vinagre, aceite de oliva y sal. Tan pronto se comieron el libro del tal Cervantes, se oyó a Pedro decir a viva voz: “Consígueme ‘La Náusea’, Matilde” y, al parecer, se comieron entre ambos la novela, pues tampoco se volvió a encontrar.

   Según las conclusiones emitidas en un informe firmado por el coronel Julio de las Armas a Tomar, Matilde y Pedro se esfumaron, se largaron, se acuclillaron, se achicharraron, por lo que ambos, con Quijote o sin Quijote, podrían estar por ahí. Pero otras voces aseguran que Pedro y Matilde aún existen, por lo que no sería raro el verlos metidos en algunos personajes de Kafka, comiendo zanahorias con letras impresas. O, tal vez, en Cela, comiendo Paella. Con “La Náusea” bajo el brazo, sus pecas y cabello rojo, Matilde estará siguiendo a Pedro, quien, riendo al leer y comerse lo leído, remonta los cielos color naranja subido en la grupa de un flaco caballo guiado por un jinete escuálido. Sí, Pedro y Matilde están ahí, montados  entre los millones, billones, trillones, cuatrillones de palabras impresas sobre  papeles carcomidos... ¡y van cantando y bailando un son!

   Porque, en definitiva, ¿llegó a salir el son de Cuba?

Efraim Castillo
Primavera del 1967.

domingo, 28 de marzo de 2010

San Cristóbal y Trujillo: ¿hasta cuándo?



















Ponencia dictada por Efraim Castillo en la mesa redonda "Trujillo y San Cristóbal", organizada por el periodista José Pimentel Muñoz. Participaron: Abigail Cruz Infante, Fernando Infante, Mario Read Cabral y Chico Despradel. Allí se debatió la incidencia de Trujillo en su pueblo natal. La madre de Efraim Castillo fue una víctima de la persecución del régimen, pero anteponiendo el sentido de la verdad y la justicia, el intelectual nos 
 Trujillo y su evidente debilidad por dicha ciudad. "Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio": Serrat.



San Cristóbal y Trujillo: hasta cuándo?





Por Efraim Castillo

Si exceptuamos a Santo Domingo y Santiago, ninguna ciudad dominicana ha sido tan insertada en la historia dominicana como San Cristóbal. Y no lo expreso por el asunto de nuestra Constitución originaria, ni por ser la cuna de José María Cabral y otros héroes, ni por la falacia histórica que oculta la rebelión de Santa María, la primera sublevación negra de América -escenificada en esa Nigua donde se entrega al mar el río del mismo nombre que cruza San Cristóbal, luego de nutrirse del Yubazo-, ni por lo otro, tal como los registros que la señalan como refugio principal de los mulatos haitianos durante la violenta diáspora que siguió a la independencia haitiana, o como la marca geográfica que ostenta de ser la puerta del Sur dominicano.

Sin embargo, el grueso de los registros que señala a San Cristóbal como una de las tres ciudades dominicanas con más citas históricas se reduce a unas ínfimas cuartillas si se compara con los miles de folios escritos sobre Rafael Leónidas Trujillo Molina y su ciudad natal, en esta singladura de setenta años que abarcó su vida, por una parte, y los cuarenta y ocho que lo separan de su muerte.

Y, señores, ¿acaso no es esa extensa, extensísima distancia de ciento dieciocho años, un motivo suficiente para reparar el tratamiento y castigo inmerecidos que ha recibido San Cristóbal, a partir del 30 de Mayo del año 1961, la fecha en que Trujillo fue asesinado?
Porque aún con todas las inserciones de San Cristóbal en la historia dominicana, la bibliografía en donde se la menciona no la ha liberado de ser la responsable del nacimiento -bajo el abrigo de su fuero- de quien todos, absolutamente todos los dominicanos, llamaban El Jefe, y quien, sin ningún duda, ha sido uno de sus mejores hijos.
Pero, ¿qué significa ser el un buen hijo de un municipio? Para ser un buen hijo comunal bastaría sólo con integrarse plenamente y con fluidez a sus regulaciones, a sus principios, respetando y exaltando sus valores y su historia. Y si asociamos estas virtudes a lo que Trujillo construyó e inyectó a San Cristóbal, convirtiéndola, no sólo en la mejor ciudad del país durante su dilatado mandato, sino en una de las mejores municipalidades del Caribe, deberemos estar claros de que Trujillo fue un agradecido hijo de su lar, de su ciudad y, desde luego, del país.

Y la mejor muestra del agradecimiento de Trujillo por San Cristóbal, lo certifican los ensanchamientos de sus fronteras provinciales, la creación de empresas agroindustriales, tecnológicas, de moda y bebidas, tales como la armería, la fábrica de vidrio, la industria licorera La Altagracia, la industria de modas Miss América, los inmensos hatos ganaderos y sus laboratorios de experimentación genética de la Hacienda Fundación, la fábrica de papel de Villa Altagracia, los ingenios Haina y Catarey, entre otros, que hoy lloramos sus desapariciones y que han sepultado las esperanzas de resurgimiento de la provincia y este municipio. Y ahí están, también, las edificaciones, monumentos, avenidas y urbanizaciones que Trujillo construyó en su pueblo y el aumento de las jurisdicciones extraregionales, que fueron trasladadas, ex profeso, hacia la geografía provincial. Trujillo, tomando a San Cristóbal como un laboratorio social y antropológico, la pobló de inmigrantes europeos y de otras localidades nacionales con el fin, no de blanquear su estructura racial como muchos exponen, sino de potenciar las referencias culturales y, más que nada, de asentar un mestizaje que nos separara de Haití.

Como asentamientos culturales altamente beneficiosos para San Cristóbal, Trujillo instaló en la ciudad a comienzos del decenio de los 50's, el Instituto Politécnico Loyola, uno de los centros académicos y tecnológicos más avanzados de su tiempo y que tan buenos frutos ha aportado al país, así como la joya artística de su iglesia mayor, en cuyos paneles interiores se pueden contemplar hermosos murales de Vela Zanetti, amén de la instalación de un liceo musical altamente avanzado para su época. Sí, ahí está la San Cristóbal que Trujillo llenó de brillo y la que, cuarenta y ocho años atrás, la mayoría de los dominicanos deseaba aquilatar como suya y vivir en ella... y aquí está la San Cristóbal de hoy, cuya ruina y abandono lloramos cada día.

BIBLIOGRAFIA AVARA

La bibliografía que toca, que roza, que manosea a San Cristóbal a partir de la muerte de quien en vida llamamos El Jefe, ha sido constantemente avara con una memoria favorable a ese hombre, a ese gigante de la historia, posiblemente por plegarse a las exageraciones e hipérboles que, sobre su régimen, han venido glosándose y ha sido sumamente benigna y complaciente cuando lo evocado toca la arteria de la sangre, del dolor y de la desesperanza que ata el nacimiento del Jefe a su ciudad natal. Así, la historia tejida alrededor de San Cristóbal, a partir del asesinato de Trujillo ha tenido, por lo regular, una doble moral: por un lado, uno de sus pespuntes trata de situar la cronología citadina sancristobalense pre-Trujillo como la de mayor importancia de su vida municipal, superando todo el progreso tejido durante los treinta y un años de su régimen y echando a un lado la trascendencia de que el dictador había nacido en su fuero. En el otro borde de la tela, no obstante, se tratan de registrar como accidentes fortuitos los beneficios que le otorgó Trujillo a una ciudad, y a una provincia, que amó entrañablemente.
Por eso, es preciso rescatar, como lo patentó Ramón Puello Báez (Ramoncito, para todos los que lo queremos) en su libro Crónicas de San Cristóbal, esta provincia y su municipio cabecera, ocupando una región en donde convergen los mitos, las anécdotas y los actos heroicos y enclavada en el más fértil de los territorios nacionales debido a la abundancia de ríos -que hoy o se han secado, o se han convertido en arroyos-, playas, llanuras y montañas que la circundan, y que ha sido escenario, a veces por accidente y otras no, de epopeyas que se aproximan a lo insólito. No es de extrañar, entonces, que los mulatos haitianos que huían de los esclavos insurrectos por el odio de éstos hacia lo europeo, a comienzos del Siglo XIX, como los Silié, Leger, Boisard, Aliés, Renville, Minier, Montaux -hoy Montás-, Lachapelle, Coiscou, Duvergé, Chevalier y otros, hayan preferido establecerse en la geografía sancristobalense. Es preciso recordar que la Haití de finales del Siglo XVIII y comienzos del XIX, era la tacita de oro de las colonias francesas y San Cristóbal se benefició altamente de la impronta tecnológica que llegó con esa inmigración, como acaeció con los cultivos de cacao, café y otros rubros.

En Crónicas de San Cristóbal, Ramoncito Puello no evadió la apoyatura obtenida a través de la investigación oral -algo que podría ser un atajo para despistar a los odiadores de la provincia- y solidificó sus pesquisas con la investigación rigurosa de esos viejos documentos archivados en las buhardillas del olvido y que, desde los tiempos de Herodoto de Halicarnaso, han venido conformando la historia entre trampas, falsos protagonismos y amores insólitos. En el libro de Puello Báez hay, además, un profundo escrutinio entre los viejos textos que registran el proceso de fundación, adaptación y florecimiento de San Cristóbal, tales como San Cristóbal a través de la historia, de Pablo Barinas Coiscou; de San Cristóbal: sus raíces, evolución y destino, de Sócrates Barinas Coiscou, un sancristobalense que debería ser exaltado, ¡ya!, al olimpo de los hijos ilustres del municipio; de La Provincia de San Cristóbal: investigación socioeconómica, de Alberto (Chico) Despradel, de cuyo padre fui un gran amigo; de Armas y poder, de Domingo Lilón, donde se recuenta todo lo relativo a la inmigración húngara de los cuarenta y la instalación de La armería; y de San Cristóbal de antaño, de Emilio Rodríguez Demorizi. Asimismo, Ramoncito escarba en los rincones de la vieja burocracia nacional, apoyándose en un estudio epocal de la historia dominicana, como el affaire que lleva el título El Asunto Montás-Pimentel, que involucró durante décadas a dos distinguidas familias sancristobalenses y que Puello Báez reverdece en sus crónicas con el propósito manifiesto de que un arbitraje regido por lo histórico -pero más allá de lo circunstancial- se encargara de ventilar, apaciguando el odio alimentado por el tiempo. Este affaire, desde mi punto de vista, constituye uno de los tuétanos, uno de esos nudos que vitalizan y robustecen los libros que se internan en la historia y minimizan las anécdotas (siempre hiperbolizadas hacia el lado de la fábula) porque narra un hecho acaecido antes de la ascensión de Trujillo al poder y cuya presencia atravesó todo su régimen hasta el deceso de uno de sus protagonistas, después del 30 de Mayo de 1961.

HIJO GRANDE Y AGRADECIDO

Los que queremos firmemente a San Cristóbal y con ella a la provincia de la que es común cabecera, debemos luchar, definitivamente, para que el letargo que la paraliza se quiebre para siempre y que la sombra construida alrededor del fantasma de Trujillo, como esa maldita noción de que San Cristóbal no merece el respeto nacional por haber acunado al Jefe, sea echada por el suelo y la provincia toda grite a todo pulmón: ¡Que sí, que Trujillo nació en el corazón mismo de la ciudad, en ese Parque de Piedras Vivas que hoy se reconstruye y que debe convertirse en memoria, en fundamento de una verdad con la que se tiene que vivir y renacer, porque Trujillo, hizo -como el más agradecido de sus hijos- lo que nadie ha hecho para renovar, engrandecer y honrar esta olvidada ciudad del Sur! Un pueblo, para alcanzar ese peldaño que se llama respeto municipal, debe primero autocriticarse para llegar al autoconocimiento, que es la materia cívica que lo llevará hacia el posterior sentimiento de orgullo, pasión y alegría que posibilita su cohesión y su desarrollo, porque sino el abandono se lo tragará en los procesos de búsqueda inútil. El más claro ejemplo de este autoconocimiento lo demuestra Taiwán, que creció y se desarrolló bajo la sombra de Chan Kai-sek, un líder al que, aún hoy, admiran y respetan. Sí, San Cristóbal dejará de ser la Cenicienta del Sur cuando rescate para sí, para su fuero, para su propia historia, para su orgullo desnudo de traumas -pero no como un fantasma del mal, como un diablo maldecido por Dios, sino como a un hijo grande y agradecido- la figura de Rafael Leonidas Trujillo Molina.

¿Y ES ESTO PEDIR DEMASIADO?




















A los que así opinan los remito a Ucrania, de donde era oriundo Atila, el más vilipendiado de los conquistadores históricos, exhortándolos a estudiar su nombre en ese país, o en Hungría -donde murió ese fiero e indomable conquistador eslavo, cuyos dominios se extinguieron por no haber preparado adecuadamente un sucesor-, países en los que su nombre es venerado. Los remito, asimismo, a Italia, al lugar donde nació Mussolini; o a la España de Franco; o a la Georgia de Stalin, donde sus nombres son respetados y exaltados como figuras legendarias, a pesar de haber manejado con mano dura, durísima, los países que dirigieron.




San Cristóbal debe sepultar para siempre la doble moral de exaltar por lo bajo el recuerdo de Trujillo y por lo alto maldecir su recuerdo; San Cristóbal tiene que vivir con la presencia de Trujillo como un icono municipal para no permitir que la ofendan, que la esquilmen, que la abandonen. San Cristóbal debe recuperarse, erguirse, levantarse de sus propias cenizas y sonreírle al futuro. Y estos encuentros pueden convertirse en altamente beneficiosos si sus resultados son publicados como folletos y distribuidos a los estudiantes de los grados secundarios, intermedios y universitarios de la provincia. Podemos estar seguros de que, a la larga, levantarán su orgullo y celebrarán la dicha de haber nacido en un municipio y provincia de tan extraordinarias magnitudes.
Entonces, mi pregunta de San Cristóbal, ¿hasta cuándo?, dejará de ser la utopía sangrante que acongoja mis recuerdos de un río Nigua bendecido por el Dios de las aguas, de una ciudad apacible por donde la trashumancia llenaba sus calles de prodigiosas vacas y donde el olor de las fábricas inundaba los cielos...
Pero, mientras tanto... ¡Oh, San Cristóbal!, ¿hasta cuándo?

lunes, 22 de marzo de 2010

Canto a Hiroshima

Canto a Hiroshima


Por Efraim Castillo

   I
 
   ATRINCHERADO en esta oscuridad penetrante,
   en estas columnas que vulneran...
   en este recuerdo que no muere
   me hiere Hiroshima en lo profundo.
   Entreveo el fuego sobre el Domo,
   sobre rostros de bocas apretadas,
   entre calles abiertas a la muerte.
  
   Atrincherado en esta oscuridad de sigilos de mentiras y guaridas
   Hiroshima se yergue tras el hongo
   y evacua los recuentos,
   las cruzadas de excusas,
   los demonios reverberantes,
   los nuevos senderos para irradiar barbarie.
   Veo sobre la gran Fuente Central,
   sobre chorros incoloros de agua y lágrimas
   miles —tal vez millones— de multicolores grullas
   aunadas en collares luengos,
   tejidas por manos dolorosas
   por manos afiladas al dolor que se levanta;
   al dolor que aún nutre y sobrepasa los soles moribundos,
   las lunas estacionadas en las córneas pétreas.
  
   Veo las grullas agitarse como mariposas
   sobre carnes ahuyentadas,
   sobre ropas vaporosas con el fuego devorándolas...
   con la radiación carcomiéndolas:
   grullas con amor sobre las crestas...
   grullas de alaridos sobre los verdugos. 

  II

   ATRINCHERADO sobre esta Hiroshima de vestigios,
   de cenizas disueltas en la brisa circular,
   de flores que renacen a pesar de los augurios,
   penetro en las nuevas sonrisas
   y ausculto en los hombres la bondad renaciendo.
  
   Medito en el perdón,
   en esta ciudad resurgida como un recuerdo común para todos,
   como un calco de rosas silenciosas y presentes
   para herir las retinas y condenar los silencios. 

   III

   HIROSHIMA me llama.
   Me despierta Hiroshima cada mañana
   en cada prisa,
   en cada pisada
   y veo arder los niños, los ancianos y recién llegados.
   Me veo arder a mí mismo,
   a mi perro guardián
   y veo arder al Ángel de la Guarda
  con su báscula y espada liberadas.
  Hiroshima me llama más allá del Fujiyama,
  más allá  del sol que abre la pesada niebla,
  más allá  de los vientos ávidos de las estepas;
  Hiroshima toca mi corazón y lo desgrana,
  lo abate como el viento sobre la espiga,
  como la fécula disuelta en las aguas,
  como torbellino de cenizas alcalinas. 
  Hiroshima toca mis ojos y mi lengua
  y la voz me enronquece los adentros. 

   IV

  OREMOS por Hiroshima.
  Cantemos por Hiroshima
  aún en este latir que parte las épocas;
  aún en esta espesa amalgama de várices silentes.
  
   No es una oración estridente;
   no es una oración de bullanga y falsos bríos lo que pido.
   Es, simplemente, una oración para el no más.
   Una oración pequeña, de voz tenue como de niño
   para que una paz de milenios,
   de esperanzas sin fisuras
   rodee los páramos y las laderas,
   los arroyuelos que descienden al mar;
   para que una paz espesa y alta
   hiera para siempre las explosiones del odio
   y las sepulte. 
  Oremos por Hiroshima...
   Pero proclamémoslo ahora y por siempre:
   que sea una oración definitiva y simple;
   que sea una oración que duela
   allí  donde sarcasmo y miseria,
   tribulación y vergüenza
   se aúnan para hacer ver que millones de grullas
   pueden convertir en vuelos y señales brillantes la imaginación creativa.                                  
  
   Oremos por Hiroshima,
   ahora, ahora para remediar la utopía rota,
   el ayer que rompe los recuerdos
   y destroza la memoria. 

  V

   AHI está  Hiroshima:
   levantada entre cenizas aún tibias;
   sollozando el perdón inamovible.
   Ahí  están la ciudad señalada, las estatuas de sal,
   las brumas de la memoria fragmentada.
   Hiroshima está ahí y el Domo lo está gritando,
   lo está  llorando para que todo oído sordo lo escuche y no lo olvide:
   ¡Doscientos mil yacen aquí, bajo las grullas, mirando al sol!   

jueves, 18 de marzo de 2010

Vivir de Norberto James

Vivir de Norberto James
Por Efraim Castillo

EL PERIPLO QUE llevó a Norberto James a escribir los treinta y siete poemas que estructuran su opúsculo Vivir (fascículo de la colección poética Luna cabeza caliente) posiblemente se originó cuando el poeta macorisano quiso contar con dos grandes singladuras: la ida hacia un lugar vislumbrado por él como de ensueños (Europa) y la estadía en aquel continente con una carga de aprehensiones y evocaciones.

Norberto James Rawlings.
Claro, en el quehacer poético el producto social, mercadeado bajo diversos nombres y apariencias —y dependiendo del tipo de recreación que se hilvane de acuerdo a las contradicciones del ejecutante— puede subvertirse pasando por alto el desarrollo histórico del momento, o reduciendo el rapsoda la objetividad de las categorías percibidas. De ahí, no hay duda, que Norberto James condicionó lo que Lukács determinó como “destacados rasgos esenciales de los objetos de la realidad objetiva, de sus relaciones y vinculaciones, sin cuyo conocimiento el hombre no puede orientarse en su mundo circundante”1, al desubicar la transferencia de la intención con la individualización de una percepción ontológica incapaz de señalizar al lector u oidor la comunicación buscada. Esto, desde luego, partiendo de la idea —tal vez equivocada— de que la poesía contenida en el opúsculo, salvo algunos poemas, busca interpretar, dentro de la especificidad de una categoría singular, la descripción de una transición geográfica, o la estadía en un lugar de aprendizaje, bajo la concepción de una maduración orgánica, en la cual sea posible aprehender el texto como un corpus literario total y sin ese empalago que responde a lo fáctico.

El sentido del tejido en James respecto al símbolo
Estoy de acuerdo con Barthes y Paz de que texto quiere decir tejido y lo que lo conforma y estructura debe obedecer a una determinada significancia; es decir, el texto —el tejido— “rota, se mueve, a través de los signos, rigiendo el ritmo en la poesía”2, o “develando la ocultez del sentido”3, pero siempre hilvanando, acentuando la idea generativa sobre el fin determinado. En Vivir, de Norberto James, un agrupamiento de poemas concebidos para explicitar una vivencia, las equivalencias de las metáforas articulan las comparaciones buscadas —y el lector u oidor queda posibilitado de penetrar el texto— en la señalización comunicante. En A orillas del Sena, uno de los poemas del opúsculo, James se ve “tentado a regresar” a su infancia, “a retrotraerla”, tejiendo la analogía vital para concretar su evocación, lo que convierte el resto del poema en una implementación de imágenes —muy hermosas por cierto—4 que permiten la entrada al tejido de signos para representar las orillas del Sena. Esto obedece a que el poeta tiene la libertad absoluta de responsabilizar la analogía hacia la correspondencia de códigos y mensajes, pero respetando —como hace James— la relación entre el nivel conceptual y lo representacional-perceptivo, que es, a la corta y a la larga, lo que mueve lo textual hacia lo concreto.

El agolpamiento vivencial respecto a la lucidez textual
Posiblemente uno de los errores cometidos por James en su movimiento hacia lo conceptual descansó en la organización del opúsculo, ya que pudo, desde una plataforma analógica, desmontar las imbricaciones del vivir y lo vivido, o lo vivencial, abrevando en Husserl y su Ideología descriptiva de las vivencias puras5, aunque, claro está, no es preciso ir tan lejos. Basta sólo con marcar la relación existencial  entre el periplo de James y su necesidad vital de plasmar en imágenes sus percepciones afectivas, como el fluir de su conciencia hacia un enfrentamiento, no contradictorio, con su pasado (aunque, posiblemente, este pasado es uno de los motores vitales de su poética, su evolución y disciplina).
El origen de Norberto James Rawlings lo conocen todos los estudiosos de la literatura dominicana: el cocolismo de San Pedro de Macorís6, una zona de extraordinaria riqueza sólo comparable al sertanejismo brasileño, que se halla esplendente en Joao Guimarães Rosa7. Esta procedencia del poeta lo imbrica a una zona que no sólo ha producido una buena parte de los mejores poetas dominicanos —Gastón Fernández Deligne (1861-1913), Virgilio Díaz Ordoñez (1895-1968), Federico Bermúdez y Ortega (1895-1968), Francisco Domínguez Charro (1910-1943), Pedro Mir (1913-2000), Pedro Andrés Pérez Cabral (1913-1981), Freddy Gatón Arce (1920-1994), Víctor Manuel Villegas (1924), Rene de Risco Bermúdez (1937-1972), etc.—, sino también de los mejores atletas, en donde la regionalización y las presiones emergidas a través de la adaptación de ese desplazamiento que, aunque no violento, sí resultó en principio traumatizante por el choque idiomático y cultural, logró adaptar sus experiencias en procura de la convivencia, trasbordando las singularidades de una educación afrobritánica a la de una región que también comenzó a poblarse con individuos originarios de Haití, Italia, Siria, Líbano, Alemania y Palestina.
No hay duda de que, debido a esto, en el poema Los inmigrantes8 acontece una categorización en el texto que se asienta en la sociología literaria, en tanto apéndice de la cultural, como un símbolo del flujo migratorio nacional conformante de una totalidad. Es por esto, asimismo, que las prevalencias de esa migración antillana se aprecien intactas en grandes zonas del opúsculo y lo involucren en la continuidad del referido flujo vivencial que deviene en flujo ontológico. Por eso Vivir alcanza grandes puntos en el quantum analógico amontonado por James para su Opera summa, fenomenologizando orgánicamente los condicionantes de su evocación, pero perdiendo respecto al concepto que, sobre lo total, pretendía implementar. Inclusive, en Pequeña elegía a Joe Bass, James generaliza lo que podría interpretarse como un ronco placer irónico y canta a la muerte violenta producida por los testaferros blancos del sistema, constituyéndose en una aprehensión del movimiento de su conciencia hacia el discrimen de ese sertão, de ese Macorís del Mar, de ese cañaveral de su infancia rodeado de diferencia racial y social. Sin embargo, en un poema anterior insertado en el mismo poemario, James también canta A un niño vietnamita, aunque sin temor a la duda de que podría interpretarse como un ronco placer irónico.

Excelencias poéticas de Vivir
Pero aún con esas zonas oscuras, al poemario Vivir es preciso anexarlo a ese pequeño Olimpo que la poesía dominicana ha construido a base de evocaciones que fluctúan entre el mito y la verdad. De ahí a que James es, entre los poetas que comenzaron a rasgar metáforas un poco antes de la Revolución de Abril uno de los más completos, y no por cantar a la aventura caribeña de los cocolos, sino por arrancar, deshuesándola, la ternura y la rabia de una generación de dominicanos que creció al margen de las otras migraciones, como la árabe, la italiana, la china y la haitiana, asentadas en Macorís prácticamente en los años de llegada de los afrocaribeños. Para muchos, esta aseveración podría resultar un insulto, pero a Norberto James Rawlings habrá que dimensionarlo como un buscador de la rica alquimia donde la inspiración fluye a borbotones y que se obtiene con la meditación profunda y la búsqueda de sus raíces, echando a un lado los oportunismos temáticos y la iracundia.
¿Quién, entonces, podría restar validez analógica, metafórica y fonética (porque la poesía es para decirla, para proferirla, para cantarla o para gritarla) a este poema, inyectado al más profundo fluir vivencial?:

Se cruzaron con las mías
sus interrogantes
y por momentos no supe
si contarle de la inmensa caravana
de estrellas
o de este ruido que
trae el mar
adherido a sus olas.
Cada noche
como quien asegura llaves
joyas o secretos
guardo signos suyos bajo mi almohada.

Lo que Octavio Paz determina como “la llave, como el puente verbal que reconcilia las diferencias y las oposiciones”9 (la palabra como), es utilizada por James sólo en aquellos requerimientos donde los tropos exigen que la descripción analógica establezca una dialéctica entre los códigos y los mensajes, esclareciendo las contradicciones en un papel, a veces de ironía y otras de cómplice, pero siempre rehuyéndole a las sospechas.

No reniegues tus debilidades. Reconócelas.
Combátelas. Combátelas. Véncelas.
No seas como estos abuelos estériles
y conformes con su inmundicia10
 
James sólo vincula hacia el enunciado metafórico la palabra “como” en aquellos poemas en que la analogía sigue a la prosodia y cuando la explicitación estructura el ámbito hacia lo consecuencial del clímax imaginativo, porque se deshace de ella —no la utiliza— en aquellas distribuciones textuales que relacionan la emisión de las señales desde sus propios inicios:

Ocurre ciertamente que de él
Permanecen objetos abandonados
Ciudades de cuyos nombres
Saltan imágenes
como el resplandor de la yerba11

Estructura del opúsculo
El poemario Vivir, de Norberto James consta de 37 poemas divididos en dos partes: Recién llegados y Lecciones para una ausencia, lo que tiende a desarticular la valoración relativa entre las posiciones y las diferencias. De Saussure explica así la estructura:
“Es un sistema: a) en el que cada valor está establecido por posiciones y diferencias, y b) que solamente aparece cuando se compartan entre sí fenómenos diversos reduciéndolos al mismo sistema de relaciones”12.
Sin embargo, aquel lector u oidor acucioso capaz de leer u oír las correspondencias intrínsecas de la cohesión interna en Vivir, notará la falta de una transparencia evolutiva u orgánica entre Recién llegados (el primer poema del opúsculo) e Imagen lejana (el último de la obra). Pero como apunté anteriormente, el desmontaje de poema por poema, aunque no logre transitar por el sendero de una evolución consciente en cuanto a temática, se registra en la excelencia y respalda a James como un escritor en trascendencia.
Abril 24, 1982.
 
(Versión en inglés)
LIFE OF JAMES NORBERTO

By Efraim Castillo

THE JOURNEY TO Norberto James took to write the thirty-seven poems that structure their booklet Living (fascicle of the hotheaded Moon poetic collection) possibly originated when Macorisanos poet wanted to have two great sailings: the way to a place envisioned by He and daydreams (Europe) and stay on that continent with a load of apprehension and evocations.