domingo, 16 de septiembre de 2012


Efraim Castillo

A MITAD DEL CAMINO

Drama en una escena

Escrito en prisión, el 24 de diciembre de 1963. Publicado en la Revista Testimonio: núm. 3, 1964. Santo Domingo

 
 A Manolo Tavárez, Héroe de siempre.

 

PERSONAJES:
Un CUERPO
OTRO CUERPO
SOLDADO
MUJER DE NEGRO
SOLDADOS

La acción transcurre en los días de junio del año 1959

 

ESCENA ÚNICA:

La más profunda de las mazmorras. El tiempo no impor­ta. Todo es oscuridad y silencio. No hay ventanas, solamente una puerta doble. Del lado de la salida es de metal; del lado de la mazmorra es de barrotes de pesado hierro. No hay bancos de madera, ni de metal: es vacía y fétida. Todo se cua­ja en su interior. Se podría hasta cuajar el maullido inclemen­te de un gato. Un gran cubo se encuentra en un rincón, como queriéndole huir a tanta soledad y a tanto silencio. Tal vez el cubo esté ahí para arrojar o, quizá, para la defecación de al­gún infeliz preso. Si a Salvador Dalí lo encerraran en esta mazmorra por tan solo un segundo, sus venas arrojarían to­da su sangre y los bigotes ridículos se le caerían pelo a pelo.

(Cuando el telón se levanta, la puerta que da al exterior se abre y entra un soldado. Viste un pesado casco de fabricación alemana de antes de la Segunda Gran Matanza. Luego abre la puerta que da al interior de la mazmorra y penetra en ella. Ha­ce un gesto con la cabeza y luego entran dos soldados más, cargando un cuerpo atado. La operación se repite con otro cuerpo. Los tres soldados ríen estrepitosamente, dan algunas pata­das a los cuerpos y luego se alejan murmurando algo. Tal vez piensan en ir al cine a la noche, o en salir con algunas putas para festejar el grandioso acontecimiento. Después de haberse alejado las voces de los soldados, uno de los cuerpos comienza a moverse; lo hace con mucho esfuerzo, como si un hombre de cincuenta kilos osara levantar un peso de ciento cincuenta. El cuerpo que se mueve trata de incorporarse, pero las ataduras de sus pies le prohíben hacerlo. Gime desconsoladoramente. El otro cuerpo, que había permanecido estático, comienza también a moverse)

UN CUERPO (con esfuerzo)
¿Estás bien?

OTRO CUERPO  (con voz temblorosa)
¿Por qué preguntas eso?

UN CUERPO
¡Por nada!.... ¡Tenía deseos de hablar!

OTRO CUERPO
¿Acaso no hablaste ya demasiado?

UN CUERPO
¡No contesté muchas preguntas! ¿Y tú, lo hiciste?

OTRO CUERPO
¡Sí, lo hice! ¡Las contesté todas!

UN CUERPO (extrañado)
¿Todas?

OTRO CUERPO
¡Sí, todas! ¿Por qué te sorprendes? ¿Acaso no las contestaste todas?

UN CUERPO
¡No, no lo hice! ¡Tal vez no me castigaron lo suficiente!

OTRO CUERPO
¿Crees que no te torturaron demasiado?

UN CUERPO
Tengo golpes por aquí y por allá y me duele mucho la espalda, justo por donde apagaron cigarrillos y me aplicaron descargas eléctricas…

OTRO CUERPO
¡A mí me duele la imaginación!

UN CUERPO   (sorprendido)
¿La imaginación?

OTRO CUERPO (con firmeza)
¡Sí!....  ¡La imaginación!....  ¡Tuve que hacer muchos es­fuerzos para mentir al contestar los interrogatorios!

UN CUERPO
¿Entonces no contestaste correctamente?

OTRO CUERPO
Sí, contesté correctamente todas las preguntas!

UN CUERPO
¡Pero, me acabas de decir que te duele la imaginación por mentir al responder los interrogatorios!

OTRO CUERPO
¿Qué, querías que dijera la verdad?

UN CUERPO
¡No, no quería eso! ¡Parece que no me entiendes!

OTRO CUERPO
¡Sí… te entiendo!

(Silencio largo)

UN CUERPO
¿Viste todos los rostros?

OTRO CUERPO
¡Casi todos!.... ¡Pero algunos se metían bajo las sombras y ocultaban sus hocicos de la luz! (Silencio) ¿Sabes? ¡Hasta vi un cura!

UN CUERPO
¿Y qué, acaso te sorprendes por haber visto un cura?

OTRO CUERPO
¡No, no me sorprendí! ¡Pero me dio mucha pena!

UN CUERPO
¿A quién le tomaste pena… al cura?

OTRO CUERPO
¡No, no a él!

UN CUERPO
Entonces, ¿a quién le tomaste pena?

OTRO CUERPO
¡A Cristo!... (Triste) ¡No debió morir tan joven!

(Silencio largo)

UN CUERPO
¿Cuántos años tienes? (Silencio) ¿Qué, acaso tienes miedo de decirme tu edad?

OTRO CUERPO
¡Veintitrés… casi cumplo los veinticuatro!

UN CUERPO
¡Yo tengo treinta!

OTRO CUERPO
¿Y qué?

UN CUERPO
Nada… pero Jesús murió a los treinta y tres!

OTRO CUERPO
¿Y qué?

UN CUERPO
¡Que Él,  Jesús o Cristo —o como quieras llamarlo—, disfrutó más de la vida que nosotros!

OTRO CUERPO
¿Por qué dices eso?

UN CUERPO
¿Acaso no sabes por qué lo digo… o es que no deseas saberlo?

OTRO CUERPO
¡Sí, eso… no quiero saberlo!

UN CUERPO (enérgico)
¡Pero no importa… yo te lo voy a decir!

OTRO CUERPO (gritando)
¡No, no me lo digas! ¡No quiero saberlo!

UN CUERPO (fuerte)
¡Sí, te lo voy a decir… te lo voy a decir!

OTRO CUERPO
¡Que no, que no me lo digas! ¡No deseo saberlo!

UN CUERPO (gritando)
¡Vamos a morir… vamos a morir… vamos a morir!

OTRO CUERPO
¡No, no me lo digas… no me lo digas!

UN CUERPO
¡Nos van a masacrar! ¡Nos van a sacar las tripas con descargas de ametralladoras!

(EL OTRO comienza a llorar desconsoladamente)

UN CUERPO (tratando de calmar al OTRO)
¡Vamos, no llores! ¡El tiempo de llorar pasó! Ahora estamos abocados, o a tragarnos los gemidos, o a ser cobardes…

(Silencio largo)

OTRO CUERPO (gimiendo)
¡Yo estaba equivocado!

UN CUERPO
¿Equivocado? ¿Equivocado de qué?

OTRO CUERPO
¡Equivocado de todo!

UN CUERPO
¿A qué llamas todo?

OTRO CUERPO
¡A los campesinos, al pueblo, a las fuerzas armadas!

UN CUERPO
¿Crees de veras que te equivocaste?

OTRO CUERPO
¡Sí! Creo, de veras, que me equivoqué.

UN CUERPO
¡Yo no… yo no me equivoqué!...

OTRO CUERPO
Lo dices con mucha seguridad. ¿De verdad que no te equivocaste?

UN CUERPO
¡No, no me equivoqué! ¡Sabía que todo iba a ocurrir tal como ocurrió!

OTRO CUERPO
¿Y sabiéndolo… viniste?

UN CUERPO
¡Sí, sabiéndolo vine! Y aquí estoy… ¡encerrado en esta mazmorra asquerosa, atado de pies y manos, con sed y hambre, con el cuerpo lleno de cuchilladas y golpes, y esperando dulce­mente la muerte!

OTRO CUERPO (sorprendido)
¿Cómo? ¿Has dicho esperando dulcemente la muerte? ¿Es que acaso no te dolieron los malditos golpes, las descargas eléctricas sobre los cojones, las sacaderas de dientes y uñas? ¿Acaso no te dolió todo eso?

UN CUERPO
¡Sí, todo, absolutamente todo me dolió! (Silencio) Sin embargo, tú no puedes comprender…

OTRO CUERPO (sorprendido)
¿Qué… qué es lo que no puedo comprender?

UN CUERPO
¡Olvídalo!

OTRO CUERPO
¿Qué lo olvide? ¡No, no lo voy a olvidar! ¡Dime, que es lo que no puedo comprender!

UN CUERPO
Nada… ¡olvídalo! ¡Tú no comprendes nada!

OTRO CUERPO
¿Por qué dices eso?

UN CUERPO
Lo digo por una razón simple: ¡si pudieras comprender no te habrías arrepentido!

OTRO CUERPO
¿Por qué dices eso?

UN CUERPO
¿Acaso no lo hiciste? ¿Acaso no te arrepentiste de haber venido? (Silencio largo)
Cuando el hombre se arrepiente de haber hecho una buena acción, ésta se torna desagradable, ob­tusa… se pudre. Ahora mismo yo me arrepiento de tenerte junto a mí. ¿Y sabes por qué? ¡Porque en este momento necesito junto a mí a alguien que me dé fuerzas para saber morir… pa­ra comprender el valor de mi sangre derramada!

(Silencio largo)

OTRO CUERPO
¡Eso lo dices porque aludí a los campesinos y al pueblo! (Transición) ¡Tal vez tengas razón!

UN CUERPO
¡No, nadie tiene la razón!

OTRO CUERPO
¿Por qué dices eso? ¿Por qué crees que nadie tiene la razón?

UN CUERPO
¡Porque la razón está en todo! (Transición) ¿Has leído mu­cho?

OTRO CUERPO
¡Estudié en la Universidad de Yale!

UN CUERPO
¡Ah! ¡En la famosísima universidad de Yale! (Tran­sición) Pero, vuelvo a preguntarte, ¿has leído mucho?

OTRO CUERPO
¡Ya te lo dije, estudié en la Universidad de Yale!

UN CUERPO
Para mí eso no significa que hayas leído mucho… (Fuerte) ¡Contéstame!

OTRO CUERPO
¡Sí, he leído un poco!

UN CUERPO
¿Qué… qué has leído?

OTRO CUERPO
He leído a los clásicos griegos...

UN CUERPO
¿Solamente eso?

OTRO CUERPO
¡He leído mucho más!

UN CUERPO
¿Qué, qué más has leído?

OTRO CUERPO
¡He leído a Schopenhauer, a Nietzche, a Ortega y Gasset, a James, a Sartre!...

UN CUERPO
¿Solamente?

OTRO CUERPO
¡He leído algo más… pero ya eso es suficiente!

UN CUERPO
¡Si fuese suficiente no te habrías arrepentido!

OTRO CUERPO
¿A quién te hubiese gustado que leyera?

UN CUERPO
¡A un alemán de larga y poblada barba!

OTRO CUERPO
¿A Martín Lutero?

UN CUERPO
¡No… ese se afeitaba!

OTRO CUERPO
¿A Goethe?

UN CUERPO
¡No, tampoco es ese!

OTRO CUERPO
Entonces, ¿a quién? ¿Al de la panza francesa con honores?

UN CUERPO (enérgico)
¡No,  ese tampoco!

OTRO CUERPO
¿Y a quién, coño, te refieres?

UN CUERPO
¡A otro… simplemente a otro!

OTRO CUERPO
¿Por qué no me dices?

UN CUERPO
¡Ya no vale la pena!

OTRO CUERPO
Entonces, ¿por qué no me hablas de él?

UN CUERPO  (pensativo)
¡Ah, si tuviera la oportunidad de enseñarte!

OTRO CUERPO
¿Enseñarme qué?

UN CUERPO
¡A amar la tierra!

OTRO CUERPO
Pero… ¡yo amo la tierra!

UN CUERPO
No, estoy seguro de que tu amor por la tierra no es el mismo amor al que yo me refiero.

OTRO CUERPO
¿Y cuál es ese amor?

UN CUERPO
¡Te enseñaría a amarla de otra manera!

OTRO CUERPO
¿Cómo me enseñarías amarla… acaso con sexo?

UN CUERPO
¡No! ¡No con sexo!

OTRO CUERPO
Entonces, ¿cómo me enseñarías a amarla?

UN CUERPO
¡Te enseñaría a amarla con las manos!

OTRO CUERPO (sorprendido)
¿Con las manos?

UN CUERPO (firme)
¡Sí, con las manos! ¡Te enseñaría a estrecharla con las manos... o con una mano, porque con la otra estrecharías los hombros de los campesinos!

(Transición larga)

¡Hay que amar la tierra de esa forma: asiéndola con las manos, llorándola, cuidándola, meciéndola con nuestra mirada en ese periplo entre sol y luna! Una vez que hayas amado la tierra así, ella te prodigará sus frutos y luego será tuya y de todos… Entonces le sonreirás al sol, al mar, al hombre...

OTRO CUERPO
¡Me gusta oírte hablar! ¡Oye!, ¿cómo te llamas?

UN CUERPO
¡Ya mi nombre no importa!

OTRO CUERPO
¡Pero eres un hombre… todavía!

UN CUERPO
¡No! ¡Ya no soy un hombre!

OTRO CUERPO
¿Y qué eres, entonces?

UN CUERPO
¡Tan sólo un cuerpo… un reflejo! ¡Eso es lo que soy: un cuerpo… un reflejo!

OTRO CUERPO
¡No te comprendo! ¿Por qué dices que tan sólo eres un reflejo?

UN CUERPO
¡Porque voy a morir!

OTRO CUERPO
¿Y  ya?

UN CUERPO
¿Y ya?.... ¡Ese y ya no existe!

OTRO CUERPO
¿Por qué dices eso?

UN CUERPO
Por algo simple: ¡otros hombres to­marán mi ejemplo y combatirán por la tierra! (Silencio largo) ¡La tierra! ¡Qué no haría yo por la tierra! (Pensativo) Recuerdo que cuando tenía seis años, le preguntaba al mar que por qué no desalojaba sus aguas para que el hombre pudiera sembrar sobre la arena… (Silencio) ¡Pero el mar no me respondía... solamente rugía como las selvas! ¡Entonces yo me echaba sobre la cálida arena y co­menzaba a llorar! Si pudiese volver a la niñez le preguntaría lo mismo al mar y volvería a llorar por su silencio. (Transición) ¿Te gusta el silencio?

OTRO CUERPO
¡Sí, me gusta el silencio! (Transición) Oye, ¿crees tú que yo también se­ré un reflejo para los demás hombres?

UN CUERPO
¡Primero tienes que prepararte!

OTRO CUERPO
¿Qué… qué tengo que hacer?

UN CUERPO
Es simple lo que tendrías que hacer…

OTRO CUERPO (ansioso)
¿Por qué no me lo dices? ¡Vamos… dímelo!

UN CUERPO
Lo primero sería amar a los hombres que cultivan la tierra. Luego tendrías que amar la botá­nica y después al hombre que pasea su sudor por las calles golpea­das, sacudirte el recuerdo de la Universidad de Yale y, por último, olvidar las comodidades de tu tierno hogar! ¡Cuando hayas conseguido eso, entonces serás un reflejo para el hombre que mañana ven­drá a ocupar tu lugar en esta mazmorra!

OTRO CUERPO (sorprendido)
¿Crees tú que otros hombres ocuparán nuestro lugar aquí, en esta maldita mazmorra?

UN CUERPO
¡Si no estuviera seguro no habría venido a recibir estos gol­pes y a morir!

(Silencio largo)

OTRO CUERPO
¿Qué hacías antes de ingresar al Frente?

UN CUERPO
¡Daba clases!

OTRO CUERPO
¿Eras maestro?

UN CUERPO
¡No! ¡Simplemente daba clases!

OTRO CUERPO
¡No te comprendo! ¡Si dabas clases, es obvio que fueses maestro!

UN CUERPO
¡Los que imparten clases, solamente repiten lo que dicen los maestros! Por ejemplo, el alemán al que aludí, era un maestro. ¡Yo solamente daba clases!

(Silencio largo)

OTRO CUERPO
¡Siento un poco de miedo!

UN CUERPO
¿Miedo? ¿Miedo a qué?

OTRO CUERPO (aturdido)
¡No sé! ¡Tal vez se deba a que ignoro la forma en que nos matarán! (Sobresaltado) ¿Crees que nos perdonen?

UN CUERPO
¿Deseas tú que nos perdonen?

OTRO CUERPO
¿Y tú, lo deseas tú?

UN CUERPO (enérgico)
¡No! ¡Yo no quiero que me perdonen!

OTRO CUERPO
Pero, ¿por qué?

UN CUERPO
¡Porque tendría que humi­llarme y la humillación me hace vomitar! ¡Cuando el perdón de lo odioso cae sobre mí, el estómago se me convulsiona y las tripas desatan temblores y volteretas endemoniadas!

OTRO CUERPO
¿No crees en el perdón?

UN CUERPO
¡Sí, creo en el perdón de lo justo, en el perdón que construye el amor, pero no en el perdón de la arrogancia, en el perdón de la injusticia! ¡Quienes piden ese perdón después de haber dado el paso fundamental, no han comenzado siquiera a caminar! (Estallando) ¡No, no quiero que me perdonen los gorilas, los malvados, los falsificadores, esos cínicos que se ufanarán de mi derrota! ¿Te imaginas lo que sería ver pasar el resto de mi vida agradeciendo algo podrido, algo cuyo hedor me acompañará siempre? ¡No, agradecer eso sería peor que morir!

OTRO CUERPO
¿Entonces, prefieres que te fusilen o que te ahorquen?

UN CUERPO (Furioso)
¡Cállate!

(Silencio largo)

OTRO CUERPO (tímidamente)
¡Perdóname!



 


(La puerta que da al exterior se abre violentamente y en­tra un SOLDADO seguido por una MUJER DE NEGRO. El SOLDADO abre la puerta que da a la mazmorra y entra seguido por la MUJER DE NEGRO)

SOLDADO (a la MUJER DE NEGRO)
¡Estos son los últimos prisioneros, señora! ¡Mire a ver si uno de ellos es su hijo!

(Los cuerpos se miran extrañamente y la MUJER DE NEGRO se arrodilla y comienza a observarlos fijamente. So­nidos extraños comienzan a escucharse fuera; como si alguien estuviera quebrando huesos sobre una mesa. Este extraño so­nido debe continuar hasta el final de la pieza)

¡Debe ser rápido, señora! ¡Si estos prisioneros no fueran los últimos no se le habría permitido esto!

(La MUJER DE NEGRO mira al SOLDADO y éste tiembla ligeramente)

¡Créame, señora, que yo no tengo la culpa de nada de lo que ha pasado! ¡Mire, señora, yo soy del campo... yo era un agri­cultor... yo sembraba una pequeña parcela... yo, señora... yo no quiero nada... yo quiero solamente un árbol, o ver una lom­briz de tierra introduciéndose en el lodo... yo, señora... yo...!

MUJER DE NEGRO (interrumpiéndolo violentamente)
¡Usted nada!

(La MUJER DE NEGRO continúa examinando los cuerpos y el SOLDADO da unos pasos hacia la puerta que da al exterior y allí se detiene. Suda copio­samente)

MUJER DE NEGRO (al SOLDADO)
¡Tampoco está aquí!

SOLDADO (observando los cuerpos)
Le repito, señora, que estos son los últimos prisioneros.

MUJER DE NEGRO (incorporándose)
¿Está usted seguro de que estos son los últimos?

SOLDADO  (sin comprender)
¡Sí, señora, se lo juro! ¡Estos son los últimos! ¡Los trajeron hace dos días de las montañas!

MUJER DE NEGRO
Pero… ¿cree usted que son los últimos?

SOLDADO (aún sin comprender)
¡Se lo digo que sí, señora!

(El SOLDADO toma a la MUJER DE NEGRO por un brazo y la lleva hacia la salida. Cierra la puerta de ba­rrotes y luego la que da al exterior y sale con la MUJER DE NEGRO. Su voz se oye decir, desde el exterior: ¡Son los últimos, señora, son los últimos y la voz de la MUJER DE NEGRO responderle: ¿Está usted seguro de que son los últimos? Luego el silen­cio, exceptuando el sonido de huesos que se quiebran)

OTRO CUERPO (apenado)
¡Ella está sufriendo! ¡Lo sé!

UN CUERPO (con firmeza)
¡No, ella no está sufriendo… ni sufrirá jamás!

OTRO CUERPO (confundido)
¡Pero si se palpa en su rostro el sufrimiento!

UN CUERPO
¡No! ¡En su rostro yo vi decisión y fortaleza!

OTRO CUERPO (enérgico)
¿Por qué coño dices eso?

UN CUERPO
¡Porque ella... ella es mi madre!

(Cesa el sonido de huesos que se quiebran mientras cae el telón violentamente)

 

 

 

 

 

 

 

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