viernes, 25 de septiembre de 2020

ENTREVISTA EN DIARIO LIBRE: SEPTIEMBRE 24, 2020.

 Efraim Castillo: “La literatura no me ha dado una vida más plena”

[Entrevista en Diario Libre. 24.9.2020]

El conocido letrado, laureado varias veces y considerado por muchas personas como un erudito, ha publicado más de veinte obras.


Por Emilia Pereyra


Efraim Castillo, fecundo y laureado escritor de la posguerra dominicana, confiesa que la literatura no le ha dado una vida más plena y que, por el contrario, la ha mortificado y llenado de dudas e interrogantes que atentan contra su yo.


Y aunque, por sobradas razones, en cada enero se presume que su nombre entra en la “tómbola” de donde se selecciona al nuevo Premio Nacional de Literatura, él afirma que el tema le tiene sin cuidado y arguye que nadie se pregunta si Shakespeare o Cervantes obtuvieron preseas, porque sus galardones están en el Quijote y en el Hamlet y él espera que el suyo se encuentre en Currículum, El Personero, Guerrilla nuestra u otra de sus obras.


Con franqueza y amabilidad, el autor accedió, gustoso, a plasmar su hondo pensar al responder preguntas sobre su dilatado quehacer en el campo de la creación y su particular visión de la literatura y otros tópicos vinculados.


Ha cultivado todos los géneros literarios con notables resultados. ¿Qué más le gustaría hacer?


Cuando te aguijonea el numen, esa divinidad que te golpea e impulsa a pensar, a escribir, a pintar, e inclusive a amar sin importar la hora del día o la noche, pierdes el poder de decidir qué género o lenguaje estético abordarás para dar rienda suelta a la creación; o dicho en otras palabras, no se requiere de una chiva blanca [como la del merengue] para darle brillo a la inspiración. La cuestión, entonces, se asienta en un hacer, en la domesticación de un concebir, de un cogito y del —yéndome a Husserl— descubrimiento del desarrollo de la subjetividad. En esta edad, en esta acumulación de siete décadas de vida, el gusto se reduce a un estar que mortifica al hacer y nos tienta insistentemente a un permanecer que debemos combatir con rutinas y evocaciones. Y es ahí en donde entra —u obligado o clandestinamente— el numen. Y para enunciarlo mejor, mi querida Emilia, el gusto por hacer se limita a un simple concebir, y esas concepciones las programo de acuerdo al influjo de los recuerdos y sus cargas de angustias, alegrías y sospechas.


Sorprende que no le hayan concedido el Premio Nacional de Literatura. ¿A usted también le extraña?


Ese premio, así como los demás que he ganado, me tiene sin cuidado y cuando leo o escucho que mi nombre podría bailotear en la tómbola de los posibles agraciados paso a la página siguiente, a la que nos conectará irremediablemente con el futuro. Podrás ganar todos los premios, pero si tu obra no trasciende no vale de nada. Nadie se pregunta si Shakespeare o Cervantes ganaron premios, porque sus galardones están en el Quijote y Hamlet. Ojalá que mi premio esté en Currículum, El Personero, Guerrilla nuestra, o en algunos de mis cuentos u obras de teatro. Sería más que suficiente, porque si lo que produces lo organizas a través de una posible obtención de premios, te encadenas y esclavizas a una creación marcada por el mercado o fruto de una estrategia equivocada.


 Efraim Castillo

Como buen analista de la realidad dominicana, ¿qué tendría que hacer el Gobierno en el ámbito cultural para obtener buenos resultados?


No hay que asustarse con el vocablo cultura, que es un cúmulo de entornos artificiales, de hallazgos y luchas; de combates ganados a una naturaleza, o siempre hostil, o siempre espléndida, pero siempre apta para brindarnos lo bueno y lo malo que encierra. Por eso, desde el australopitecus al homo sapiens hubo un tránsito de más de un millón de años; aquel fue un viaje cargado de glaciaciones, violentas hambrunas, peligrosas migraciones; todo para formarnos como somos hoy, como seres humanos con culturas estructuradas por las geografías que guiaron sus establecimientos. De ahí, a que cada etnia haya desarrollado singularidades propias emanadas de lo ofrecido por su hábitat; y esa lucha y adaptación es la que ha fundado sus culturas y modelado sus vidas. Este gobierno no puede forzar a los gobernados a desarrollar aptitudes contrarias a su cultura; obligarlos a ejercer imitaciones que violenten sus discursos históricos. El éxito del sistema educativo del Japón es una prueba de que, para educar, sólo es preciso estudiar la propia historia, seguir su hilo conductual y anexarle los nuevos hallazgos y descubrimientos. Es una educación desde donde la otredad se convierte en autoconocimiento y se evaden complejos y mitos. El país está obligado —para no quedar rezagado— a transformar el aprendizaje que se imparte en el sistema público para insertarse en los nuevos paradigmas educativos. Pero para lograr esto, se debe tener en cuenta que toda enseñanza [sobre todo en los niveles primarios] debe partir de una antropología educativa, en donde al educado se le transmitan valores esenciales y el conocimiento básico de lo que somos. Desgraciadamente, hemos abandonado a Hostos y nos hemos internado en la arena movediza de una educación fusionada que, al final, nos hará más mal que bien.


Tiene una sólida bibliografía y varias obras galardonadas. ¿Se reta cuando escribe?


Todo ejercicio creativo es un reto, un desafío en busca de un tercer discurso, de arribar a ese lugar que sospechamos existe y aguarda por nosotros. Desde luego, cada desafío conlleva —en la búsqueda— altas dosis de paciencia, de intranquilidad, de conocimientos y desvelos. Por eso es imposible escribir una novela, un poema, realizar una pintura, o una obra musical, sin retarnos a nosotros mismos. La hoja o el lienzo en blanco, para el escritor y el pintor, el pedazo de mármol o el cúmulo de barro para el escultor, así como las teclas del piano para el músico, se convierten en campos de batalla cuando el numen se posesiona del cerebro y es ahí en donde comienza la lucha, el reto.


Su literatura se centra bastante en el pasado y en ciertos traumas nacionales. ¿Es casual o se propuso entrar la daga en esos conflictos?


Toda literatura, ya sea de ficción o ensayo, parte de un pasado, de un continuo-discontinuo que nos aguijonea, que nos provoca evocaciones y al que tenemos que cuestionar para enfrentarlo al futuro, a lo que viene. Y es de ahí de donde surge el ritmo-sentido. Cuando escribo percibo un enunciado fundamental de Meschonnic: “La poética, en lo que se escucha, en lo que se dice, busca la escucha contra la razón del signo. Hace la pregunta contra la sordera del signo. Avanza en esa selva. Escucha que nos trae la noción de ritmo, la implica, la trama, es una organización del movimiento de la palabra en el lenguaje: es su fuerza, su temblor, su pregunta incesante”. Cuando el pasado fluye en nuestra memoria, nada mejor que atraparlo en la literatura.


¿Desde el inicio de su carrera literaria le importó cómo contar sus historias?


Las historias viven en uno y nos acompañan siempre, Emilia. Por eso soñamos y evocamos. Son las historias, las buenas y las malas, las que moldean nuestra vida y la hacen vivible, sostenible. Porque, ¿qué sería del mundo sin historia? El propio Heródoto, en el proemio de su obra se vincula a sí mismo para expresar que lo que escribió es una narración: “Esta es la exposición del resultado de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso para evitar que, con el tiempo, los hechos humanos queden en el olvido y que las notables y singulares empresas realizadas, respectivamente, por griegos bárbaros —y, en especial, el motivo de su mutuo enfrentamiento— queden sin realce".


¿Bajo qué parámetros definió su sello distintivo al escribir?


Toda creación, si es creación —aún la divina—, no puede ajustarse, ni ensamblarse, ni buscar parámetros. Al contrario, es la creación la que debe convertirse en parámetro, en paradigma. Te lo apunté más arriba: la creación, para ser una verdadera creación, debe ser única. Claro, puede enmarcarse en estilos, en ciertas normas, aunque instintivamente sea presa de los incontrolables intertextos que se introducen en toda literatura; debido a que por más original que pueda ser un texto, siempre se aposentan en su tejido algunos enunciados, ciertas figuras y construcciones que han venido transitando por la poética desde hace milenios. Ese es un continuo que está anexado a la misma evolución humana, en donde cada civilización le debe algo a la anterior... todo a partir de la sumeria. Si lo exploras, aunque someramente, encontrarás en los poemas más significativos de la postmodernidad algún intertexto del poema de Gilgamesh, Aquel que vio las profundidades [Sha naqba ïmurud], escrito en el siglo XXVII a. C.


¿En qué género ha trabajado con mayor fluidez?


Los géneros literarios, esa categorización retórica que los encasilla en la narrativa, la poesía y el drama, siempre se tocan, porque estructuran la poética y conforman un todo nomotético, en donde las palabras son las protagonistas de lo referido en el poema, en la novela o en el drama; porque “las palabras no están hechas para designar las cosas; están ahí para situarnos entre las cosas”, como expresó Henri Meschonnic en su manifiesto El Partido del Ritmo. Por eso, mientras escribo un cuento me asalta el poema, o pienso en una pieza teatral. Cuando las palabras fluyen siempre buscan el lugar apropiado para construir la poética y echar abajo al signo.


[Quienes emiten juicios lapidarios sobre la literatura dominicana son, por lo regular, escritores frustrados, seres a los que el numen no aguijoneó para imprimirles el sello esplendente del poder creativo.]


¿Quiénes han sido sus maestros?


En la literatura, los maestros enseñan a través de sus obras, en las cuales abrevan los lectores que se convertirán en escritores, los cuales por lo regular almacenan en sus producciones una señal, alguna huella del maestro. En el caso mío, un autodidacta que comenzó a leer desde los cuatro años, las improntas que me marcaron proceden de docenas de autores, cuyas obras se enraizaron en mí y esculpieron mi producción. Cuando escribo —y a veces cuando sueño—, me imagino socorrer a esa Genoveva de Brabante cuya historia fue el primer cuento que leí, escrito por el excelso Christoph von Schmid [1768-1854], uno de los máximos exponentes de la literatura infantil.


De su amplia producción, ¿tiene alguna obra preferida?


Siempre las hay, sobre todo aquellas que emanaron de profundas nostalgias, de esas grietas dolorosas o eufóricas que se asientan, echan raíces y buscan escapar a través de los recuerdos. Cuando se escribe presionado por esas evocaciones lo que permanece en el papel ya forma parte de nosotros, se convierte en hijo, o hija, en hermano o hermana, ya sea novela, poesía o teatro.


¿La publicidad le ayudó a ser mejor escritor?


No, no me ayudó, ni creo que haya ayudado a ninguno de los escritores que me siguieron en ese espinoso camino de publicitar bienes y servicios. La publicidad sí me ayudó a escapar de ciertos tedios conectados al trauma social que vivió el país a partir del golpe de estado a Juan Bosch, en 1963, que fue cuando me inicié en esa actividad de la mano de Ramón Oviedo. Pero la publicidad, luego se constituyó en una trampa porque me abracé a su sistema y la estudié a fondo, no solo para estar al día y poder competir con las agencias internacionales, sino para conocer su historia, su sistema, sus estrategias y dominicanizarla hasta donde pudiera. Ahí están los ensayos que escribí y los cursos y seminarios que dicté sobre ella.


¿La literatura le ha dado una vida más plena?


El vocablo plenitud es totalizador y la actividad literaria no lo es, porque parte de fragmentaciones, de pedazos de existencia que se van recogiendo a medida que se vive. Por eso, cuando se termina de escribir una novela, un cuento, o un drama, ipso facto el cerebro comienza a construir otro. La plenitud es un alcance, una totalidad existencial, un todo ontológico. Entonces, debo decirte que no, la literatura no me ha dado una vida más plena. Al contrario, la ha mortificado y llenado de dudas, de interrogantes que atentan contra mi yo.


Con alguna frecuencia leemos juicios pesimistas y lapidarios sobre la literatura dominicana. ¿Hay razones para pensar de esa manera?


No, rotundamente no. A la literatura dominicana debemos aplaudirla, porque la literatura que se ha creado en el país forma parte de la construcción del sujeto dominicano y por eso debemos admirarla y difundirla. Debo decirte, Emilia, que cuando leo una obra literaria [poema, cuento, novela o teatro] producida por alguno de los jóvenes que se están atreviendo a escribir en un país como el nuestro —en donde cada día se lee menos—, me pongo de pie y aplaudo. Tú, Emilia, que haces literatura, sabes como yo lo que cuesta, lo que significa permanecer horas y horas frente a una máquina de escribir o una computadora, tratando de construir una historia que se extrae desde la angustia o la alegría del país, y que, luego de invertir ahorros en su publicación, permanezca inerte en la estantería de una librería. Quienes emiten juicios lapidarios sobre la literatura dominicana son, por lo regular, escritores frustrados, seres a los que el numen no aguijoneó para imprimirles el sello esplendente del poder creativo.


El recorrido


Efraim Castillo nació en Santo Domingo en 1940. Es narrador, dramaturgo, publicitario, crítico de cine y literatura. Ha ejercido las carreras de publicitario y escritor. Su presencia en las letras nacionales se inició en la década de los sesenta.


Fue galardonado en los concursos que organizaba el grupo La Máscara en los años 60, primero con el cuento Consígueme La náusea, Matilde (1967) y luego con Inti Huamán o Eva again (1968).


En las décadas de los 70, 80 y 90 fue laureado repetidas veces en los premios de Casa de Teatro y otras agrupaciones culturales.


Ha obtenido el Premio Nacional de Novela en dos ocasiones, en 1982 con Currículum (El síndrome de la visa), y en el 1999 con El personero. También obtuvo el Premio Nacional de Cuento en el 2001 con Los ecos tardíos y el Premio Nacional de Teatro dos veces: en el 2003 con Los inventores del monstruo y en 2016 con Los coberos del reino. Muchos de sus cuentos figuran en las principales antologías dominicanas de dicho género.


Ha publicado 21 libros y tiene otras obras inéditas.

jueves, 20 de agosto de 2020

¿Y EL BOSCHISMO?

 ¿Y el boschismo?

Por Efraim Castillo

1

Con la salida del poder del PLD y el achicamiento del PRD me surgieron varias preguntas: ¿Desaparecerá el boschismo del espectro político dominicano? ¿Se marcharán para siempre sus enunciados políticos sin dejar una huella, un signo benéfico para el futuro? ¿No será rescatado por alguien? ¿Será recordado Juan Bosch sólo como creador de ficción? Pero antes de responder esas y otras preguntas que con seguridad serán formuladas en el futuro, es preciso apuntar que el boschismo —como concepto— emergió de la frustración del propio Bosch, tras el derrocamiento de su gobierno en 1963, y la incubación teórica del mismo luego del revés electoral sufrido en 1966; un camino que lo llevó —desde 1964— a abandonar su fecunda y admirable creación literaria de ficción para concentrarse en la producción de los ensayos que fundaron su teoría del Estado, la cual, en muchos recodos, recuerda la inaugurada por Hegel en 1807 con la publicación de Phänomenologie des Geistes, en donde el filósofo alemán enfatizó sobre el espíritu objetivo y afirmó que “la realización del hombre sólo puede conseguirse en una sociedad organizada políticamente […] y no conforme a un hipotético ‘estado de naturaleza’, como lo postuló originariamente el liberalismo”.  

Bosch comprendió en aquel auto exilio en Benidorn [tal vez leyendo a Hegel y otros textos abiertos al materialismo dialéctico], que de haber contado con una estructura política organizada ideológicamente, el golpe de 1963 no se hubiese ni incoado ni ejecutado. Y fue en Benidorn donde nació el boschismo.

Bosch entrevistado por María del Pilar Arderius [Doña Pirula, la primera mujer periodista de Alicante], mientras tomaba un baño de sol en Benidorn.

En treinta años de una febril producción ensayística —de 1964 a comienzos de los noventa, cuando el Alzheimer bloqueó su sinapsis—, Juan Bosch produjo alrededor de medio centenar de obras, entre teorías socio políticas, historia y biografías, que inició con diez obras fundamentales: Bolívar y la guerra social [1964], Crisis de la Democracia de América en la República Dominicana [1964] y continuó con El pentagonismo, sustituto del imperialismo [1966], Dictadura con respaldo popular [1969], De Cristóbal Colón a Fidel Castro [1969], Breve historia de la oligarquía [1970], Composición social dominicana [1970], El Caribe: Frontera Imperial [1970], Tres conferencias sobre el feudalismo [1971] y La revolución haitiana [1971]. Estas diez obras definieron, no sólo el pensamiento y, obviamente su concepción del Estado, sino que fundaron el boschismo como una plataforma ideológica para alcanzar y sostenerse en el poder.

Bosch supo, a través del estudio y el sacrificio supremo de cerrar definitivamente su producción literaria de ficción, que de llegar al poder como lo hizo en 1962, ya jamás podría ser derrocado tan inútil y asquerosamente como ocurrió en septiembre del 63 y por eso, en 1973, abandonó el PRD y fundó el Partido de la Liberación Dominicana, al estilo de un acabado corpus ideológico con el que apetecía sintetizar, no sólo sus teorías, sino las aspiraciones de todos los que en el discurso histórico teorizaron, lucharon y aportaron deseos, sudor y lágrimas para arribar a un Estado conformado por un organismo capaz de guiar la sociedad hacia la felicidad.

2

El nombre del nuevo partido fundado por Bosch obedeció a las correspondencias dialécticas de una articulación histórica en que Estados Unidos y la Unión Soviética se disputaban el liderazgo internacional y el vocablo liberación contenía la noción de protesta y libertad. Y de ahí —que nadie lo dude— surgió el nombre Partido de la Liberación Dominicana [PLD], un organismo que según Bosch lucharía por alcanzar la ansiada autonomía del país, esa independencia absoluta que anhelaron Duarte y los trinitarios a partir del 1838 y que, desde entonces, los dueños del mundo y sus corporaciones lo han impedido para continuar engulléndose el planeta a su antojo.

 Joaquín Bidó Medina

 Antonio [Tonito] Abreu

La membrecía inicial del PLD quedó integrada por José Joaquín Bidó Mejía, Antonio Abreu, Rafael Alburquerque y un grupo de dirigentes perredeístas que Bosch consideró desgarrapatados e inmaculados, entendiendo que éstos le ayudarían a construir una nueva República Dominicana. Demás está decir que ese grupo fundador se estructuró entre aquellos que habían leído y asimilado el discurso de la historia dominicana y sus procesos políticos a través de los diez textos que Bosch escribió entre 1964-71; y para sellar la alianza partido-militancia, se creó un lema cuya facundia serviría de leitmotiv, algo así como un recordatorio invariable para expresar que el fin buscado no era el bienestar individual, sino el social: “Servir al partido para servir al pueblo”.

Para singularizar la simbología del partido, Bosch escogió un color que ningún partido  tenía, el morado, que recordaba al Sacro Colegio del Vaticano; y a la bandera le insertó una estrella dorada, comenzando ésta a ondear apoyada por una singular y atractiva ideología, cuya militancia se ufanó en ser la única capaz de sacar de la pobreza al país y resolverle sus problemas de agua y electricidad. Sin embargo, lo más importante del PLD fue su estructura orgánica, cimentada en círculos de estudios, comités de base, núcleos de trabajo, direcciones medias, un comité central y un poderoso comité político; una verdadera nomenclatura granítica cimentada en una disciplina que se apoyaba en el voto orgánico.

Como una característica diferencial respecto a los demás partidos del sistema, Bosch inició una estrategia nacional de exclusión política: el PLD representaba lo puro y honrado debido a que las demás agrupaciones configuraban lo non sancto, la corrupción. Y a través del órgano periodístico de la entidad, Vanguardia del Pueblo [fundado en agosto, 1974], se expresaba “no sólo lo que el partido pensaba, sino lo que el partido quería que se dijera”, ya que era su instrumento político y rendía “la misma utilidad que un serrucho en las manos de un carpintero, un bisturí en las manos de un cirujano o una máquina calculadora en las de un contable” [Vanguardia del Pueblo, No. 24]. Esa inteligente diferenciación moral que estableció Bosch en el país llevó al PLD a publicar un álbum de la corrupción en noviembre de 1981, cuya tirada alcanzó alrededor de ciento cincuenta mil ejemplares y allanó el camino del boschismo hacia el poder.

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Para llegar al poder en 1996 el boschismo necesitó del reformismo; requirió unir el intenso antihaitianismo que latía en un Balaguer agotado a las ansias de gobernar del boschismo, cuyo predicamento de pulcritud se debatía en la política nacional. Y antes de la segunda vuelta del torneo electoral de ese año, Peña Gómez fue la víctima [el “camino malo”] de una yunta de políticos nonagenarios cuyas vidas útiles llegaban al final y dependían del triunfo para cerrar sus protagonismos históricos. Balaguer y Bosch sabían que el 47% obtenido por Peña Gómez en la primera vuelta lo condenaba a la derrota por el estancamiento de su crecimiento y sellaron su unión en un Frente Patriótico para sumar el 14.9% del reformismo al 38% del PLD, y así posibilitar la presidencia a Leonel Fernández. 

 Juan Bosch y Joaquín Balaguer levantan la mano a Leonel Fernández, tras la formación del Frente Patriótico, en 1996. 

Con su retórica de monje apasionado, Balaguer anunció que su apoyo al PLD era desinteresado y lo hacía “por la satisfacción de poder seguir siendo dominicano en tierra dominicana”; una clara alusión al alegado origen haitiano de Peña Gómez. Pero Balaguer sabía que la victimización a que era sometido el líder del Acuerdo de Santo Domingo estaba más allá de la xenofobia y aterrizaba en el atrevimiento de desafiar un statu quo agonizante. Aquella derrota de Peña Gómez agravó la enfermedad que padecía desde 1994 y la que, finalmente, lo llevó a la tumba en 1998.

Para Balaguer, 1996 fue el final de la extensa influencia que había ejercido en el país desde su inscripción en el Partido Dominicano de Trujillo a comienzos de los años treinta. Él estaba consciente de que más allá de su figura, de su palabra y su hacer, el Partido Reformista [su amada parcela política] carecía de un liderazgo prometedor que le sucediera. Para Bosch era todo lo contrario: su partido se apoyaba en una ideología nueva, autóctona, creada por él e inyectada a una figura nueva como Leonel Fernández, un joven cargado de atractivos conceptos; un brillante abogado, catedrático y poseedor de un verbo amplio y postmoderno. Entre la membrecía peledeísta, Leonel Fernández encarnaba lo idealizado por Bosch y por eso fue el elegido para guiar a la tribu peledeísta hacia el poder cuando el Alzheimer bloqueó la función cognitiva del preceptor. 

Pero, ¿implementó Leonel Fernández la esencia reivindicativa del boschismo en esos cuatro primeros años de su presidencia, transcurridos entre 1996-2000? ¿Introdujo acaso la teoría de Estado que Bosch, apoyándose en Hegel, incrustó en su doctrina, basada en que “la realización del hombre sólo puede conseguirse en una sociedad organizada políticamente […] y no conforme a un hipotético ‘estado de naturaleza’, como lo postuló originariamente el liberalismo”? En esos cuatro años, es preciso reconocerlo, Leonel Fernández introdujo sustanciales cambios en la administración pública que contribuyeron a crear el prestigio que lo devolvió a la presidencia en el 2004, cuando el PRD, con Hipólito Mejía gobernando, echó por el suelo la lucha de Peña Gómez de desterrar para siempre el cáncer de la reelección.

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Algunos historiadores y sociólogos afirman que el boschismo comenzó a morir desde que requirió del balaguerato para alcanzar el poder. Arguyen que Leonel Fernández —como cabeza del PLD tras el retiro definitivo de Bosch— pudo esgrimir la bandera del boschismo en su primer mandato, pero estuvo mediatizado por un congreso desfavorable en ambas cámaras, e intoxicado por la influencia de veintidós años de un balaguerato que arropó el horizonte político. Sin embargo, mucho del boschismo intervino en el primer gobierno de Leonel, logrando algunas de las medidas que modernizaron el Estado; y para ello contó [mediante promesas y canonjías] con el respaldo mayoritario de la oposición, pudiendo promulgar en junio de 1997 la Ley General de Reforma de la Empresa Pública, reestructurar el CEA, la CDE y las veinticuatro empresas agrupadas en CORDE; asimismo, creó en 1997 la Autoridad Metropolitana de Transporte [AMET], la Oficina Metropolitana de Servicios de Autobuses [OMSA], introdujo en la administración pública el uso eficiente de las nuevas tecnologías frente a las puertas del Siglo XXI, y aprobó la Ley General de Telecomunicaciones [la 153-98], de acuerdo a los convenios y tratados internacionales para garantizar un eficiente servicio en las comunicaciones.

Acostumbrado el país a un mandatario como Balaguer, poco dado a abandonar el país, los constantes viajes al exterior de Leonel para participar en reuniones de la OEA, Las Américas, la Asamblea General de las Naciones Unidas y a lejanos países de Asia, sorprendieron a la nación. Pero es preciso reconocer que esos viajes nos abrieron a encuentros altamente beneficiosos en una geopolítica cambiante: conectaron la nación con el exterior y nos abrió a una nueva manera de ejercer el poder, aunque por lo bajo se arrastraban los vicios heredados de la dictadura y los mandatos unipersonales de Balaguer, en donde el espionaje se hacía sentir con fuerza. Esos lastres, asociados a la ventana neoliberal abierta por Leonel para complacer a un empresariado empeñado en asumir los controles direccionales de la economía, comenzaron a quebrar las señales de un boschismo enfocado en alimentar la noción de liberación en el sujeto dominicano.

Algunos sociólogos dominicanos arguyen —sobre todo los vinculados a la izquierda romántica— que Leonel Fernández se dejó atrapar por un neoliberalismo que Balaguer atajó rotundamente a su regreso como gobernante en 1986, reiniciando programas socioeconómicos sujetos a su formación económica neoclásica.

 Friedrich Hayek
 Milton Friedmann

Esos mismos sociólogos enarbolan la tesis de que fue ese neoliberalismo el que echó del poder a Fernández en el 2000 e impidió el triunfo de Danilo Medina ante Hipólito Mejía, tras el fracaso de lo presupuestado con el achicamiento del Estado, sobre todo los beneficios esperados en la Ley General de Reforma de la Empresa Pública [la 141-97], que incluía CORDE, CDE, la Industria Hotelera Estatal y el CEA, una legislación que parecía emanada desde las teorías y cátedras de Friedrich Hayek y Milton Friedman. O sea, Leonel desprendía al Estado dominicano del patrimonio heredado de Trujillo y ahí comenzó a resquebrajarse el boschismo.  

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Juan Bosch falleció a los 92 años [el primero de noviembre del 2001] y no pudo ser testigo del declive de su doctrina en aquel gobierno inicial del PLD. La razón de que no pudiera ejercer una necesaria supervisión —ni una efectiva fiscalización sobre la administración de Leonel Fernández— es conocida de todos: desde el 1994 el Alzheimer había comenzado a invalidar su cerebro y Bosch, de ser el promotor y motor ideológico de su partido, se convirtió en una postal, en una imagen que además de escudo propagandístico servía para infundir en el país respeto y admiración. 

Por esa causa el cuatrienio 1996-2000 de Fernández no contó con la asesoría fundamental del ideólogo del PLD y fue notorio el desvío conceptual del boschismo en esa administración, sobre todo en lo que atañe a las medidas neoliberales implementadas por Fernández. Estoy seguro que de haber estado Bosch supervisando los pasos, las decisiones y las acciones de Fernández en su primer mandato, el boschismo hubiese marcado un derrotero distinto y el PRD no habría podido salir victorioso en las elecciones del 2000.
 
El desastre financiero que estremeció al país durante los cuatro años de gobierno de Hipólito Mejía, ocasionado por un corrupto sistema bancario que se venía arrastrando desde hacía  lustros y una efectiva campaña propagandística esgrimida por el PLD, hicieron posible el retorno de Leonel Fernández al poder. El país no se vio compelido a realizar una enredada analogía para comparar la administración de Fernández versus la torpe y desafortunada de Mejía, quien desperdició una administración que se inició con una favorable mayoría congresual y una militancia que clamaba reivindicación para la figura de su líder, José Francisco Peña Gómez, discriminado y señalado como el camino malo en el torneo de 1996. 

Al parecer, las desapariciones físicas de los líderes fundamentales de los tres partidos políticos envueltos en el clímax coyuntural dominicano [en un corto espacio de cuatro años: Peña Gómez en 1998, Bosch en 2001 y Balaguer en 2002], dieron un vuelco sustancial a las ideologías seguidas por las parcelas que dirigían.
 
 Jacques Maritain

 Emmanuel Mounier

 Eduard Bernstein

Podría ser un eufemismo [pero no lo es] endosar ideologías a los tres partidos que desde 1973 sellaron sólidas intervenciones en la actividad política dominicana; porque exceptuando al PLD, tanto el reformismo como el perredeísmo optaron por adoptar doctrinas internacionalistas que acomodaron a sus intereses partidarios: el reformismo —que se había unido al Partido Revolucionario Socialcristiano [PRSC] el 21 de julio de 1984– ingresó al socialcristianismo surgido de las teorías de Jacques Maritain y Emmanuel Mounier, pero administró el país bajo un sistema altamente ecléctico, en donde Balaguer disponía a su antojo el desenvolvimiento socioeconómico de la nación, constituyéndose él en paradigma; el perredeísmo, adscrito a la socialdemocracia, ejerció en sus administraciones [sobre todo en la de Antonio Guzmán, 1978-1982] muchos de los principios de la ideología implementada a partir del pensamiento revisionista de Eduard Bernstein [1850-1932], pero las aspiraciones de liderazgo dentro de la organización crearon en la misma una atmósfera que terminó dividiéndola en grupos y luego en separaciones definitivas.

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Las ambiciones de liderazgo personal no afloraron en el PLD mientras Juan Bosch vivió —pero permanecían latentes— y después de su fallecimiento salieron a flote, adquiriendo una inusitada fuerza tras el regreso de Leonel Fernández al poder en el 2004 y su repostulación en el 2008, que aplastaron momentáneamente las aspiraciones de Danilo Medina de vengar su derrota electoral del 2000; y fue a partir de entonces que comenzaron a violentar las bases del boschismo. Esas ambiciones de poder —mezcladas a la sed de enriquecimiento— crearon resentimientos en la capa direccional de un PLD que carecía de la supervisión de su ideólogo y antepusieron a la tribu la ambición personal sobre la  disciplina y el lema de un partido que, antes de ascender al poder, limpiaba e higienizaba las plazas en donde celebraba sus mítines.

El sueño boschista de construir un Estado soberano comenzó a ser minado por la praxis de un hacer balaguerista anexado al neoliberalismo y a la visible rivalidad que afloraba entre los herederos de ese sueño, los cuales deseaban igualarse a una estructura empresarial que permanecía al acecho para imponer su hegemonía.

A esa mixtura de ambiciones se agregó un demonio que arribó al país en el 2002: la Constructora Norberto Odebrecht, de Brasil, que trajo consigo la llave que abrió la puerta a la corrupción total del Estado, y cuyos sobornos echaron abajo el viejo pattern del 10 y 15% de sobrevaluación en los contratos. Odebrecht estrenó el venenoso recurso congresual de las adenda, que elevaba los contratos de las obras —después de adjudicados— en hasta un 50%; y todo con la aprobación presidencial. El primer contrato a Odebrecht [2002] se firmó para la construcción de un acueducto que llevaría agua potable a las provincias Santiago, Valverde, Santiago Rodríguez, Montecristi y Dajabón: el Acueducto de la Línea Noroeste.

 Norberto Odebrecht

Este contrato comenzó un periplo delictivo que se magnificó —años después— con Punta Catalina, el esplendor maquiavélico de la corrupción, el cuerpo total de un iceberg que emergió tras el asesinato de una ideología químicamente pura: el boschismo.  

El malestar hiperbolizado por Odebrecht alimentó conductas cuyas huellas se movían en el país desde la independencia y provocaron divisiones entre los trinitarios, como el exilio de Juan Pablo Duarte, en 1844. Esas huellas obligaron a Juan Bosch a retirarse como cuentista en 1964 y comenzar su travesía como ensayista en Benidorm, comprendiendo que la corrupción [del latín corruptio, lo opuesto a la generación de vida; lo que se echa a perder, se descompone y pudre], tiene la facultad de dividir y sepultar conciencias, y que el padre de la sociología, Auguste Comte, definió como “la demolición gradual de la moral pública [porque] el problema social es un problema moral” [Ouvres, tomo IV: Cours de philosophie positive, 1830-42]. Sí,  Bosch sabía que la ausencia de moral podía convertirse en un virus que destruiría al PLD, tal como había destruido a la mayoría de los partidos en la historia política del país.

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La corrupción de Estado provocada por Odebrecht desde el 2002, no sólo nos costó dos mil millones de dólares y un sinfín de escándalos, sino que incidió en la división definitiva del PLD; un fraccionamiento alimentado, además, por tres elementos que se inyectaron con inusitada furia en su directiva: a) la pérdida de los valores y principios de la doctrina boschista; b) la ambición desmedida de poder y riqueza de varios de sus dirigentes; y c) el pugilato entre Leonel Fernández y Danilo Medina por alcanzar un lugar en la historia a través de mandatos presidenciales; una burda emulación del afán de Joaquín Balaguer por sobrepasar a Buenaventuras Báez en el ejercicio del poder [o sea, la angurria del danilismo versus la glorificación del leonelismo].

Esos factores —abonados por Odebrecht, que aportaba el dinero negro en los enfrentamientos— enceguecieron al discipulado mimado del boschismo. Y sería bueno preguntarse, porque la duda siempre se mueve pendularmente, si Juan Bosch no sospechaba que bajo la piel de oveja de sus queridos alumnos no se guarecían lobos de afilados colmillos, ya que desde 1982 —y cada vez que podía—, repetía para consumo del país y la membrecía peledeísta que “los dominicanos saben muy bien que si tomamos el poder no habrá un peledeísta que se haga rico con los fondos públicos; no habrá un peledeísta que abuse de su autoridad en perjuicio de un dominicano; no habrá un peledeísta que le oculte al país un hecho incorrecto, sucio o inmoral”.

¡Pobre Bosch! Su pulcritud y decencia le impidieron ver, sentir y oler los lobos y cuervos que habitaban aquella tribu de hombres que creyó seleccionar y educar bajo una doctrina que reunía esencias humanísticas, sociales, económicas y políticas; un seleccionado nomotético para posibilitar un esplendente tránsito en el discurso histórico dominicano. ¡Pobre Bosch!, sin lugar a dudas el político más limpio y dedicado del país y bajo cuya tutela crecieron el PRD, el PLD y sus hijos volitivos [entre los cuales se encuentra el PRM], que no podrán negar los genes boschistas que circulan por sus venas. Y es prudente decir que ese ADN, con seguridad, circula límpido en las venas de quienes aún [como yo] creen en su legado.

Hoy, como una venganza de la historia, aquel acusador álbum de la corrupción publicado en 1981 por la dirigencia del PLD —integrada, mayormente, por militantes provenientes de hogares humildes y pequeño-burgueses—, se ha convertido en un vengativo boomerang, en un documento que les sirve como anillo al dedo; como la misma horma de unos zapatos que nunca pensaron calzarían.

Pero quedan varias preguntas: ¿podrá alguien reivindicar el boschismo? ¿Llegarán Leonel Fernández y Danilo Medina a rasgarse las vestiduras y pedir perdón a Bosch por la traición que le infligieron, apoyados en un comité político que operó como un presídium soviético para deshacer a su antojo el sueño doctrinario del político dominicano más fecundo? ¿Surgirá desde la descomposición del PLD un liderazgo verdaderamente boschista?    

 

 

 

 


lunes, 27 de julio de 2020

EL POETA SORPRENDIDO





El Poeta Sorprendido

Por Efraim Castillo

[Fragmento del Capítulo 9 de Currículum. El síndrome de la visa, 1982]

Pérez tenía frente a sí el Baluarte cuando oyó la voz del poeta sorprendido que lo llamaba desde la esquina formada por la calle Espaillat:

—¡Pérez, Pérez!

Al volverse hacia el poeta sorprendido, Pérez lo vio borracho, avejentado, y al pedirle que se acercara a él, recordó que ese borracho había ganado un premio nacional de poesía y cientos de folios resumían sus poemas. El poeta sorprendido cruzó la calle tambaleante, despeinado, empequeñecido por el tiempo y los sueños inalcanzados. Al observar sus ojos, Pérez adivinó la frustración de toda una generación y la falta de coherencia que primó en aquel grupo de poetas que se reunió a botar-el-golpe del acoso trujillista, formando bien temprano [en la década de los cuarenta] la revista La Poesía Sorprendida.

—¡Hola Pérez! —saludó el poeta.

—¿Cómo estás, poeta? —preguntó Pérez, desviando los ojos hacia El Conde, en donde justo a esa hora la madrugada, la melancólica madrugada, echaba su batalla final contra un sol que se avecinaba ferozmente. Pérez observó la calle desierta, habitada sólo por los residuos, por los detritos de una sociedad que avanzaba a ciegas  tratando de imitar lo mejor de las sociedades céntricas para asimilar únicamente lo fácil, lo que siempre se asocia a lo peor. Luego, Pérez retornó su mirada a los ojos del poeta y advirtió lo hundidos que estaban entre unas cuencas huesudas y revestidas de una piel amarillenta. Los ojos del poeta, dramatizados por la luz artificial, dejaban escapar destellos de muerte. Pérez recordó el día en que el poeta sorprendido le obsequió el primer número de la revista La Poesía Sorprendida, un ejemplar firmado por todos los integrantes del movimiento y donde figuraba entre sus miembros el nombre de Lupo Hernández Rueda. Pérez repasó, palabra por palabra, el contenido del Apasionado Destino, el manifiesto con el que los poetas sorprendidos saludaban a un mundo atrapado en la más cruel de las guerras, escrito por Alberto Baeza Flores. Pérez recordó el primer párrafo de aquel manifiesto:

“No sabemos si la poesía nos sorprende con su deslumbrante destino, o si nosotros la sorprendemos a ella en su silenciosa y verdadera hermosura. No sabemos si ella sorprende este mundo nuestro y es su hermosura quien mantiene esa fidelidad secreta en la escondida, interior y grande esperanza. No sabemos si el mundo loco corre a ella, porque precisa ahora correr como antes, como siempre o como mañana; o si ella corre a él porque necesita salvarlo.”

 
Alberto Baeza Flores

Pérez recordó a aquellos poetas como talentosos buscadores de estilos de vida alejados por completo de la realidad social dominicana; a seres que se escudaban en una poética evocada para despojar al ser de su dolor, ontologizando sus angustias. Pero no los culpó. Ellos no eran los responsables de toda la mierda trujillista que los rodeaba, sino los ambientes, las atmósferas cargadas, los contornos que condicionaban sus entornos. Entonces volvió, súbitamente, al presente, a la calle El Conde, y sus ojos retornaron al poeta sorprendido: allí frente a él, observándole, mirándole y reflejando a través de su mirada las malditas frustraciones vividas en aquella calle mancillada, en aquella calle a la que trataban de alejar de su destino, de su principio trascendente de ser-el-corazón-de-las-protestas, un testigo de cargo en el pendiente juicio de nuestra historia. Pérez, no obstante, llegó a la conclusión de que La Poesía Sorprendida había sido mejor que nada, mucho mejor que el haber permitido un fragmento de tiempo literario transcurrido en vacío. El poeta tomó a Pérez por una mano y lo llevó frente a la tienda de discos Musicalia, y deteniéndose allí, el poeta secreteó algo que Pérez no pudo escuchar por el ronquido de aquella voz pastosa que alguna vez fue látigo y cincel. “¡Ah, las escorias, los desperdicios del arte, de la sociedad! ¡Ah, los lúmpenes que de todos los lados pululan alimentados por el sistema!”, se dijo Pérez, y sacando de un bolsillo unas monedas, se las dio al poeta sorprendido.

—¡Carajo, Pérez, qué bueno eres! —expresó jubiloso el poeta, elevando la voz al observar las monedas—. Siempre lo dije, Pérez, que tú eras bueno y no el hombre frustrado que dicen por ahí.

Pero Pérez no lo escuchó. Siguió escudriñando en su mente la colección de La Poesía Sorprendida que había sido facsimilizada recientemente por la Editora Cultural Dominicana, y trató de recordar algún poema de Franklin Mieses Burgos, el más completo, cabal y coherente de aquellos poetas agrupados bajo un mismo sueño. “Sí”, se dijo Pérez, “Franklin fue quizás el que mejor comprendió su mundo desde la plataforma de ser y estar, de valorar y llorar, de constatar y adecuar” y recordó el poema que Armando, uno de los hijos de Mieses Burgos, le recitaba de tarde en tarde en la calle Espaillat: “Yo estoy muerto con ella inevitablemente desde donde su pena estremecida grita / donde un río como ella pasa callando siempre”.

Luego Pérez, sin tratar de herir al poeta sorprendido, le preguntó:

—¿No podrías decir, lanzar al aire, algún poema de Mieses Burgos?

—¿Deseas algo de Franklin, Pérez? ¡Pues aquí te va, amigo Pérez! —y sacando fuerzas para impregnar en su voz los sonidos de antaño, los sonidos de cuando frente a Trujillo [en las tardes literarias del Partido Dominicano], su voz era el trueno preferido para anunciar el maná junto a las lluvias, el poeta sorprendido comenzó a declamar:

“Sin Mundo ya y Herido por el Cielo
voy hacia ti en mi carne de angustia iluminada,
como en busca de otra pretérita ribera
en donde serafines más altos y mejores harán por ti más
blando y preferible
éste mi humano, corazón de tierra.
¡Oh, tú, la que sonríes magnífica y sublime
desde tu eternidad desfalleciente! En vértigo de altura
dolorosa,
parte mi vida en dos como tus trenzas."

 Franklin Mieses Burgos

Y mientras la voz del poeta sorprendido ascendía y descendía entre los recuerdos y sonidos de su mejor época, los ojos de Pérez bajaron por la calle Espaillat hasta el mar, deslizándose entre el apretujamiento de las vetustas calles Arzobispo Nouel y Padre Billini. Los versos de Franklin se filtraban al oído como esplendorosos garfios, mientras la voz del poeta sorprendido se quebraba, palidecía, se elevaba y caía al tratar de dar lo mejor de sí; mientras las luces del tendido eléctrico palidecían con el subdesarrollo a cuestas, porque allí estaba la madrugada anunciando un nuevo día.

sábado, 25 de julio de 2020

IMAGEN Y PODER

Imagen y poder

Por Efraim Castillo

 Efraim Castillo

La imagen, desde las cavernas, ha sido un motivo de reflexión para el ser humano. Nietzsche, en “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” (1873), enunció que “todo lo que eleva al hombre por encima del animal depende de esa capacidad de volatilizar las metáforas intuitivas en un esquema; esto es, de disolver una imagen en un concepto”. Esa afirmación de Nietzsche es una evolución teórica del amplio camino que ha recorrido la imagen desde su nacimiento

Hans Belting, en su libro “Bild und Kult. Eine Geschichte des Bildes vor dem Zeitalter der Kunst “ (Imagen y culto: Una historia de la imagen antes de la era del arte, 1990), arguye que la ampliación del concepto imagen se debe indiscutiblemente al Renacimiento: “La imagen no es tanto un fin en sí mismo y como actividad social no está determinada por el qué sino por el cómo, por su rol en la vida pública y su función en la identidad colectiva”.

Belting alude a que la imagen antes del Renacimiento no era considerada propiamente como arte: “Desde los más remotos tiempos, el papel de las imágenes se ha manifestado por las actuaciones simbólicas realizadas a favor suyo por parte de sus defensores, o en su contra, por sus detractores. Las imágenes se prestan para ser exhibidas y veneradas, como para ser profanadas y destruidas. Éstas, en tanto sustitutos de lo representado, obran provocando manifestaciones públicas de lealtad o deslealtad”.

Belting describe el desacuerdo fundamental entre las iglesias ortodoxa y católica, del 1054, cuando el delegado papal proclamó el cisma de la iglesia en Constantinopla y criticó a los griegos por presentar la imagen de un hombre mortal en la cruz, representando a Jesús como un muerto (y explica que) de igual manera, cuando los griegos llegaron a Italia para el Concilio de Ferrara-Florencia en 1438 —en pleno Renacimiento—, fueron incapaces de orar frente a las imágenes sagradas occidentales, cuyas formas no les eran familiares.

Ese desacuerdo echó por el suelo la unión de la iglesia, y Belting explica que el desacuerdo “llegó al punto de que el patriarca Gregorio Melisenos argumentó en contra de la propuesta de unión de la iglesia, diciendo: “Cuando entro en una iglesia latina no puedo orarle a ninguno de los santos allí retratados porque no reconozco a ninguno de ellos. Aunque reconozco a Cristo, no puedo siquiera orar frente a él porque no reconozco la manera como lo retratan”.

La imagen religiosa no fue aceptada por la iglesia sino hasta principios del Siglo XI, cuando el catolicismo comenzó a desprenderse de su pasado judío, aunque en Nicea II, 787 d.C. se formuló de acuerdo a determinados preceptos teológicos, y la imagen ha venido creciendo —más allá de la estética religiosa— como una presencia y fortaleza que alimenta el sistema mediático, hasta el extremo de alcanzar la plenitud.

Por eso, ya no es posible vivir sin la imagen y su presencia es sinónimo de poder. ¿Acaso no es eso lo que vemos a diario con los rostros de nuestros políticos inundando los espacios públicos?

domingo, 19 de julio de 2020

NADA DE MILAGRO


Nada de milagro

Por Efraim Castillo

[Soliloquio de Joaquín Balaguer en 1986 antes de acudir al Congreso, en mi relato El hombre que volvió]
Este regreso no es un milagro. Esto es tan concreto como lo que hice en mis doce años: cierre de aserraderos, creación de parques nacionales y polos turísticos, presas para administrar nuestros ríos, escuelas, puentes, reforma agraria, multi-familiares, hospitales, avenidas, carreteras, acueductos, y la pacificación del país a sangre y fuego. Pero también este regreso es el resultado de las cagadas políticas del PRD y una izquierda a la que atomicé con garrotazos y dinero. 

Pero si la esencia de este regreso no fuera una reafirmación del pasado, ¿se podría creer en Nefertitis, Ramsés, Julio César, o Gengis Khan? ¡Ah!, entonces esto satisfaría una tesis de grado, sin confundir una cosa con otra, ya que este regreso muchos lo verán como una venganza del destino y podría referirme a él yéndome un poco hacia atrás, hacia ese camino trazado por nuestros abuelos en este amasijo ingrato de razas que —como una simbiosis en ebullición— nos sumerge en un desequilibrio genético. Porque, ¿qué somos, realmente? ¿Negros? ¿Mulatos? ¿Indios? Peña Batlle jodió a Trujillo con la palabra indio y la suspendió de una historia vulnerable, ingrata y mentirosa, llevándonos hasta este punto en que creemos ser lo que no somos.

Habitamos ahora un mercado de abastos, una feria de servicios con entradas y salidas sujetas a condiciones variables, una nomenclatura superviviente de ocho años de atrasos perredeístas que nos enlazaron a un laissez faire, a un laissez passer bonapartista, aunque sin el quebrantamiento de los derechos que violé en los doce años. Pero, ¿qué querían? ¿No sabían que la guerra fría penetraba cada rincón del país con pestilentes cargas de misterios, pesquisas y trampas? ¡Ay, si la Unión Cívica se hubiese alzado con un poder que no podía sostener la cháchara infantil de Viriato Fiallo! ¿Adónde hubiera llegado este suelo que menospreció a Duarte y lo condenó al exilio? Cuando salí como un ente fugado, como una sombra humillada bajo el sol de enero, en 1962, sólo unos cuantos apostaron a mi glorioso retorno, auxiliado por la pólvora yanqui en 1966. 

 No, no se puede confundir la apetencia de poder con un milagro: este regreso mío está vinculado a otra situación; o mejor dicho, a otras intenciones con un discurso diferente, en donde podría operar la funcionalidad de una multiconciencia ideológica sostenida en la concepción del bienestar. Porque la masa silente ya no existe: ha tomado formas diversas a partir de la Avanzada Electoral y las otras mascaradas que forman las  contradicciones. Lo que me espera ahora, en este retorno, es una apertura con ligeras incorpora­ciones de permisividad para sentarme en esa silla presidencial a la que llaman y repiten como cotorras mi sentencia de que no es más que una silla de alfileres, y desde allí dejar que vean la verdadera cara del tiburón cuando viene de lado.


viernes, 10 de julio de 2020

ESTAS LÁGRIMAS

Estas lágrimas

Por Efraim Castillo

Estas lágrimas vierten dolores
purifican consuelos alados
extraen la angustia profunda,
la agitan, la truecan en pócimas;
la remueven y vierten memorias.
Estas lágrimas auspician visiones
deshacen furias estacionadas
hurgan calmas, abren nostalgias.
Estas lágrimas levantan sensaciones
viejas soledades, escondidas agonías.
Estas lágrimas vierten cascadas
confusos y abatidos desconsuelos.
Estas lágrimas mitigan, apaciguan,
detienen sueños que perturban.
Estas lágrimas son ágiles gacelas,
redimen, separan y provocan
estadios melancólicos del alma.
Estas lágrimas vuelan airosas
como diminutos colibríes,
como brotes vespertinos de lirios,
nacen y se esparcen como lluvia.
Estas lágrimas anegan mis ojos
los abrasan como olas de savia
y al aflorar no me pertenecen,
no forman parte de este yo perdido,
de este avatar bruñido de quimeras,
de espasmos donde yacen las esperas.

 Efraim Castillo