viernes, 23 de noviembre de 2012


Mapas de Efraim Castillo

Por Miguel D. Mena. Berlín, octubre del 2003.
 
Situar la obra de un autor es asumirla como punto, eje, línea de fuga con respecto a muchísimos otros puntos y ejes y puntos. La obra de Efraím Castillo (30.10.1940) implica no solamente el viaje por todos los géneros literarios –que él ha sabido cultivar con igual éxito-, sino el de planear sobre una época que no ha dejado de ser convulsiva y que todavía nos media en el imaginario.

Si se piensa en el viajar y el planear será obligatoria la evocación de los mapas. Esa es la propuesta que tratamos de hacer en las páginas siguientes: la recuperación cartográfica de un decir que mira a la Historia, al Ser, que puede trazar el aeropuerto como límite pero que no se deja seducir con quimeras geográficas o con simples adscripciones terrenales.

El decir de Efraím Castillo siempre ha sido dialogante con eso que forma la extra-insularidad. Bien que de frente las palmas puedan ser oropeles de escenarios, pero más allá se dará un diálogo con el existencialismo –desde el heideggereano hasta el sartreano-, el teatro del absurdo, el boom latinoamericano,  lo más reciente de la integración de las “culturas populares” en la narrativa. Esto podría ser un punto de partida para tratar la posible extra-insularidad que contenemos, pero que se no escapa al ver a la Historia como lo externo, como una flecha cuando en realidad no es más que un cuadro rizomático en permanentes líneas de fuga.

El corpus primario de este libro lo constituye un diálogo (¿entrevista?), que gracias al desarrollo de las redes pudimos desarrollar entre los meses de julio y agosto del 2003. Luego se incluyen algunos textos críticos sobre su labor literaria, entre otros, uno bastante incisivo de la crítico argentina Nina Bruni sobre El personero (1999), revelador del creciente interés que allende nuestras fronteras generan las letras de Castillo.
 
La Dra Nina Bruni junto al Dr. Lance Cowie, al centro, y Justice Ulric, durante una exhibición de pintura


 

Como complemento (¿rescate?) presentamos dos obras de teatro totalmente desconocidas para el público contemporáneo: A mitad del camino (1963), la primera en pensar aquella experiencia guerrillera de junio de 1959, que daría al traste con la dictadura de Trujillo dos años después; y El cinco geométrico (1965), donde se evidencia el fructífero diálogo –y casi único en su tiempo- que desarrollara con el teatro del absurdo.

Al final presentamos su bibliografía activa y pasiva.

Ojalá y con este material pueda el lector –el amante de las letras, el crítico-, encontrar referentes significativos que posibiliten la cartografía por una obra que es a la vez una época, una carta de ruta por nuestros escenarios esenciales.
 
 (Esta fue una de las preguntas a Efraim)

—MIGUEL: Hay una constante en su trabajo, desde el principio hasta estos días —no quiero hablar de final, porque creo que todavía hay suficiente tinta o bytes—, y esa constante es el tema de Nueva York. ¿Cómo es que ese espacio opera tan tempranamente como referente?

 EFRAIM: Ya Nueva York  ha dejado de ser una constante del sueño nacional para convertirse en un reto, en el crossover obligado de nuestros desheredados, de todos los dominicanos aceptadores de retos. Nueva York, así, ha alcanzado la proporción de una nueva categoría en la nomenclatura social dominicana, sólo emparentada a un cierto heroísmo. Cuando escribí Currículum (El síndrome de la visa) a finales de los setenta, los latinoamericanos en los Estados Unidos llegaban tan sólo a quince millones.
 
 Portada de la primera edición de Curriculum (El síndrome de la visa), obra del artista Nic Brito.


 

 En aquella ocasión puse en manos de Jiménez, El hijo de la viuda, un traficante de visas y viajes en yola, la aseveración de que el reto de Hispanoamérica sería superar en número a los afro-americanos, que entonces sumaban algo más de cuarenta millones. Hace treinta y cuatro años yo puse esto en la boca de Jiménez, El hijo de la viuda:

               Pues sí, viejo, hay tres ciudades que te recomiendo con toda el alma: New York, Los Ángeles y Miami. Allí hay latinos en cantidad. Sabes, Pérez, sabes, chico, ¿cuántos millones de latinos formales, legales, hay en los Estados Unidos? ¡Quince, hermano, quince millones, ahora en los setenta! Y como los negros se han estacionado en cerca de cuarenta y cinco, el futuro pinta hispano en gringolandia. Como van las cosas, viejo, pronto seremos allá una gran fuerza y tendremos nuestros veranos de candela, Pérez: New York, candela; Los Ángeles, candela; Miami, candela. ¡Nos tendrán que respetar, viejo! Ahora estamos arrinconados, apretujados, llenos de miedo, y si de vez en cuando salimos, sólo lo hacemos pensando en que vendrá algún negro para arrebatarnos la cartera, un agente de inmigración que nos exigirá los papeles, o un blanquito que nos dará un puntapié. ¡Y lo que tienen es nuestro, Pérez! ¡Nuestrito! ¿De dónde, coño, crees tú que sacan los gringos el estaño? ¡De Bolivia, Pérez… de Bolivia! ¿Y el cobre? ¡De Chile! ¿Y el azúcar? ¡Del Caribe, de nosotros: de Puerto Rico, de República Dominicana, de Centroamérica! ¿Y el petróleo? ¡O. K., de Arabia, pero también de Venezuela y México! ¡Todo es nuestro, chico! Parte de este pantalón que tengo puesto se ha hecho con sudor mío y lo que yo saco con mi pequeña mafia  vuelve a ellos, de algún modo vuelve a ellos, Pérez. Oye, yo no conozco la magia, la brujería de cómo lo hacen... ¡Pero vuelve a los malditos gringos! Entonces, amigo, ¿por qué ciudad te decides?
La silueta de New York simboliza a la megápolis.
 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario