viernes, 16 de noviembre de 2012


Sobre fotografías y otras yerbas

 Por Miguel D. Mena


—Efraim, vi alguna vez una foto tuya discutiendo con un cliente de tu agencia en la Revista ¡Ahora!, en el año 70. La sensación que tuve entonces fue la misma que tendría luego ante una foto de Hitler frente a una mesa con un mapa de Europa. Claro, la guerra tuya no es de devastación: es de estímulo a una acción mediante colores, palabras, imágenes. ¿Qué piensas sobre esas teorías modernas —pienso en Lipovetsky, en Baudrillard—, que se refieren a la simulación como el ser de los espejos en nuestras superficies?


 
—Efraím: ¿Recuerdas a Wislawa Szymborska, ganadora del Nóbel de literatura en 1996 y su maravilloso poema La primera fotografía de Hitler? Pues recordé ese poema de la Szymborska por una descarga neuronal —una especie de correlato relampagueante— que me provocó tu analogía entre mi fotografía de los 70 y la del Führer, frente a una mesa contemplando un mapa de Europa. El correlato, desde luego, es en retruécano, en virtud de que en el poema de Wislawa, La primera foto de Hitler, es la de un niño inocente que luego se convierte en carnicero; mientras que la mía es la de un aspirante a escritor que, un poco más de diez años antes, deseaba no acumular nada en la vida, salvo algunas obritas de teatro, dos o tres novelitas y una docena de narraciones, y que se ve metido en el atolladero de la publicidad, uno de los trucos del sistema al que no quería arribar, sino combatir.

A continuación te destaco el poema de Wislawa Szymborska:



La primera fotografía de Hitler

¿Quién es este bebé en camiseta?
¡Pero si es el pequeño Adolfo, el niño de los Hitler!
¿Acaso llegará a ser un gran abogado,
o tal vez tenor de la Ópera de Viena?
Pero ¿de quién es esta manita, esta orejita tan coqueta?
Pero ¿de quién es esta barriguita saciada de leche?
No se sabe todavía:
¿será de un impresor, de un médico,
de un hombre de negocios,
de un sacerdote?
¿A dónde irán estos piececitos, hasta dónde?
¿Al parque, a la escuela, a la oficina,
tal vez rumbo al matrimonio con la hija del alcalde?

¡Oh!, mi bebé, mi ángel, cosita mía, mi rayo de sol,
cuando viniste al mundo hace un año no faltaron signos en el cielo y en la tierra:
el sol primaveral, los geranios en las ventanas,
el organillo en el patio,
un buen augurio envuelto en papel rosado,
el sueño profético de tu madre justo antes del alumbramiento:
una paloma en el sueño -buenas noticias atraparla-,
el Mesías, largo tiempo esperado, por fin llegará.

Toc toc. ¿Quién es? Es el corazoncito de Adolfo que resuena.
Su biberón, su sonajero, su cuna, su babero.
El niño —gracias a Dios, toco madera— está bien.
Se parece a sus padres, a un gatito en su canasta,
a los niños de todos los álbumes de familia.

¡Ah no: no me vayas a llorar ahora!
El señor fotógrafo, debajo del trapo
negro, va a hacer clic-clic.

Es una foto del Atelier Klinger,                                                              
(de la Brabenstrasse, Braunau).
Braunau es un pueblo pequeño pero respetable,
de comercios serios, de vecinos honrados,
olor de pasta horneándose y de jabón negro.
No se oyen los alaridos de los perros ni los pasos del destino.


El profesor de Historia se amodorra
y bosteza inclinado sobre los cuadernos.


Las fotografías son instantáneas fugaces e, inclusive, aquellas tomadas y publicitadas como testigos de la historia, tales como el izamiento de la bandera norteamericana en Iowo Jima (de Joe Rosenthal); el beso de agradecimiento de la joven francesa al soldado norteamericano tras la liberación de Francia (de Robert Dosineau); la madre inmigrante (de Dorothea Lange); la del soldado Federico Borrell cayendo abatido durante la Guerra Civil Española, (de Robert Capa); han sido blanco de conjeturas.

 El soldado republicano Federico Borrell, mientras cae abatido durante la Guerra civil española. (Fotografía de Robert Capa).

 
Las fotografías pueden llevar a esa aberración de Narciso tratando de atrapar al otro, cuando en realidad se atrapa a sí mismo. Eso, también, puede aplicársele a la moda. Ahora recuerdo las palabras de Maupassant antes de acuchillarse repetidamente la garganta con su viejo cortaplumas:

¿Quién puede prever si mis historias sobrevivirán? ¿Quién puede saberlo? Hoy te consideran un gran  hombre y la próxima generación te tira al mar. La gloria es cuestión de suerte, una jugada a los dados, mientras el amor es una sensación nueva arrancada a la nada.
Gilles Lipovetsky


 Tú lo sabes, Miguel, Gilles Lipovetsky subrayó un conocimiento que puede escarbarse en Hegel: las formas contemporáneas de la moda forman parte de una estrategia de democratización. Algo que para Baudrillard, es una pura ilusión.

Del libro “Los años de la arcilla: Haceres literarios de Efraim Castillo”.
ISBN: 978-99934-0-457-6. Editorial: Ediciones del Cielonaranja.
Marzo, 2004.

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